Crisis

Esta breve historia, escrita por Stella Maris Livi, llega a inspirarnos y contar que hasta en los momentos más difíciles, hay una salida.

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  • Crisis por Stella Maris Livi

La autora argentina de 75 años, es docente jubilada de historia. Está casada y forma parte de los talleres literarios del Centro Cultural Colegiales y del Centro Cultural Lino Spilimbergo.

Despertó bañada en sudor y con un desagradable sabor en la boca: en la pesadilla, el naufragio se llevaba a sus dos pequeños, pese a sus vanos intentos por salvarlos…

Durante unos segundos, las vivencias del mal sueño, la dejaron aturdida, ajena a la realidad. El despejarse no mejoró su ánimo; es más, aumentó su angustia: ése era el Día; en él se decidiría su futuro y el de sus hijos.

Sintió que la angustia la abarcaba toda, agarrotando su garganta hasta casi impedirle respirar…

Sobreponiéndose como pudo, con un enorme esfuerzo se vistió y arregló. Besó a sus hijos que aún dormían, saludó a su madre y, luego de un corto y amargo mate, se ajustó el barbijo y salió de la humilde vivienda.

El trayecto en el tren, abarrotado pese a la pandemia, le resultó breve… Tal vez, ése miedo visceral que la iba ganando, intentaba retrasar la llegada

A medida que se acercaba a la pequeña fábrica de tejidos, las piernas comenzaron a temblarle, mientras sus pasos se hacían cada vez más inseguros… Un grupo de sus compañeros se agolpaba en la calle, algunos blandían pancartas exigiendo que no se cerrara el establecimiento; otros, gritando y levantando los puños, amenazantes; las mujeres, llorando y abrazándose…

El dueño de la empresa, Don Niccola, un inmigrante del sur de Italia, había levantado con su esfuerzo y mucho trabajo, ése establecimiento…

Ahora, agobiado por los impuestos, los efectos de la peste y los magros ingresos, se veía obligado a cerrar y a indemnizar a sus empleados. Don Nicó, como se hacía llamar, mantenía su emprendimiento como si fuera su familia; respetaba la ley a rajatabla y los salarios siempre estaban al día. Nunca había problemas, en el gremio se lo respetaba como “tano derecho”, pero ahora…

Otra fuente de trabajo desaparecería, más gente en la calle, más familias que sobrevivirían con la ayuda social… más pobreza.

Algo muy dentro de ella, subió por su garganta y estalló en un grito: ¡NO!

Ella no iba a permitir que se perdiera el pan de su familia, el futuro de sus hijos… Empujando a sus compañeros con decisión, se acercó al portón y pidió al guardia de la entrada que la dejara pasar para hablar con el dueño.

Don Niccola la recibió con lágrimas en los ojos y la cara empapada por el llanto: el dolor marcaba aún más las arrugas del rostro: estaba viendo cómo el sueño y tantos años de trabajo se hundían junto a su fábrica…

Ella se acercó y le pidió que la escuchara sólo unos minutos: había una salida...

Cuando concluyó, el anciano abrazó con fuerzas a ésa joven que le ofrecía una segunda oportunidad.

Los dos juntos, patrón y empleada, salieron a la calle y, con una enorme sonrisa que iluminaba su cara y el día, Don Niccola anunció:

LA FÁBRICA NO SE CIERRA.