Batallas Alejandro Farnesio

Como narran esta serie de batallas que se enmarcan en las Guerras de religión a las cuales España se consagró, la guerra es una actividad de hombres. Sin embargo, las mujeres siguen la suerte de los contrincantes y no sólo son arrastradas con ellos sino que son consideradas parte del botín.

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Las Batallas, una previsible coreografía de la violencia de los guerreros.
¿Y los y las demás?

En estos óleos, acaudilla la embestida Alejandro Farnesio (1545-1592), un verdadero asiduo de las batallas y conflictos de esa Europa desgarrada por los cruces de las Guerras de Religión, para muchos la peor excusa para pelear cruelmente. De lamentable actualidad. De aquel siglo XVII al presente que nos circunda.

Las guerras, asumiendo un tono casi borgiano, pueden ser consideradas como ese oficio de hombres que a la postre no dejan de pagar los cuerpos de las mujeres como madres, como esposas e hijas o como víctimas del abuso de otros hombres armados e impunes en la lógica destructiva de toda guerra hasta nuestros días. A los varones, la guerra y a las mujeres las “tareas de cuidado” como anacrónicamente les decimos hoy encerrando en el consuelo a las féminas con un dejo de condescendencia que, en rigor de verdad, las subordina y minoriza. Es cierto que habría antecedentes lejanos de una enfermería, pero también las había que acompañaban a los hombres arrastrando a veces hasta hijos en la retaguardia de los contingentes. Nada que no se pueda imaginar al calor de los conflictos actuales. Y así quedaban a merced de la suerte o la desgracia según fuera el resultado de las batallas y de esos hombres con los que convivían en esas amañadas familias.

Anónimo
La Gran retirada del Duque de Parma (detalle)
Siglo XVII
Óleo sobre tela, 97 x 135 cm

Encontramos a Farnesio, Duque de Parma, en tantos rincones que no es difícil construir su mito, y a la par de su coetáneo y compañero de estudios, Don Juan de Austria. Farnesio estuvo en el Flandes sublevado de la ardua “Guerra de los ochenta años” con la toma de Amberes. Combatió en Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos” al decir de Cervantes. Y no estuvo ausente en los proyectos de la invasión a Inglaterra con la “Armada Invencible”, más desvencijada que vencida. Las pinturas de marras representan la lucha contra Francia, que jugaba sus cartas en todos los escenarios para enfrentar a la Corona de los Austrias, con suerte dispar. Tras estos combates y tomas se allanó el camino para que las tropas de la Monarquía Hispánica pudieran entrar en París-Nuestro Duque no disfruto demasiado del triunfo pues, a consecuencias de las heridas y agravándose su salud murió ese mismo año de 1592-

En ninguno de estos escenarios peleaban los varones a solas, como en un idealizado lance caballeresco. O eran acompañados por sus familias postizas o legales, o eran testigos y actores de la violencia contra los vecinos que aún no entraban en la categoría de civiles si no fuera por desarmados, Y más ellas que ellos, sin olvidar a ancianas y desvalidas que quedaran atrapados en los enfrentamientos.

Pero también en el Nuevo Mundo, y contemporáneos a los hechos, disponemos de la figura inquietante de Catalina de Erauso, la epopéyica y feroz “Monja Alférez”, de vida aventurera y americana que no se arredro en alistarse a las luchas bravías. Los límites de lo propio del guerrero y lo asignado a la mujer se nos desdibujan. ¿Dónde están todas las que faltan? Respondemos por algunas, dejamos la pregunta para el que se interese. Y aunque desde Troya se reparten razones, a la postre son ellas tantas veces “botín de guerra” de las disputas de hombres, las que no siempre fueron mudas. Bien miradas sus ausencias de la tabla pictórica, no pueden mantenerse en nuestra contemporaneidad. Por más que, otras veces la épica y los colores, la leyenda y la ficción, de un cuadro, de un relato, de una novela, disimulan esas realidades dolorosas que nos avocan a desear la paz con justicia.