Retrato de Don Pedro Antonio Fernández, X Conde de Lemos, Virrey del Perú

Esta obra representa la autoridad y señorío de la máxima autoridad de América sobre otros hombres y muy por encima de las mujeres blancas, mestizas y nativas.

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Autoridad y Señorío sobre los hombres y muy por encima de las mujeres
(Sin olvidar a sus mestizas y nativas)

Contemplamos la representación ecuestre de un personaje muy ennoblecido, el X Conde Lemos, Don Pedro Antonio Fernández (Monforte de Lemos, 1632-Lima, 1672), Virrey del Perú (1666/1667-1672).

Cumple el mandato de las sociedades tradicionales de “Ser y parecer”. De vestir los ropajes que su posición social y política, le imponen a él, precisamente un caballero, y que lo identifican aunque ni siquiera emita sonido. Mira de frente y nos interpela silencioso; nos involucra y sitúa bajo su autoridad patriarcal, sin espacio para cuchicheo “femeniles”. No necesita ni tan siquiera ordenar. Observa y manda por encima del resto de los mortales espectadores: los y las subordinados.

Su rostro expone el aplomo y autocontrol que de un hombre de alta alcurnia se espera. Pero por sobre todo es un Virrey, la representación de quien es su Rey, por Gracia Divina. Es el portador de la más alta autoridad y es el representante en lejanas posesiones americanas, del elegido por Dios para gobernar a sus súbditos. Él no es Rey, pero esta designado por quien sí lo es para suplirlo y ”hacer las veces de rey” en sus territorios, sobre hombres, blancos o nativos, y por encima de ellos, sobre las mujeres cualesquiera fuera su posición, cuna o condición. Y marca su preeminencia en la pirámide social que gobierna por esa delegación real. Se le debe idéntica reverencia, aunque se lo vea más frecuentemente. Manda sobre los hombres y por intermedio de estos sobre sus mujeres. No puede mostrar sus sentimientos pues no es acorde con su posición social ni política desnudar pasión. Y su poca emoción lo diferencia del déspota oriental, del salvaje y hasta de la mujer, todos propensos a ser percibidos como caprichosos. Su razón, pero mas su posición, dominan a su pasión hasta borrarla de la expresión; “mascaras de cera” se decía entonces, como si fueran ajenos a lo humano, aunque acompañados de algún rictus sardónico, que no se permite la sonrisa condescendiente. Y esto viene resucitando desde las tradiciones clásicas grecorromanas. Todo lo sentimental está atado y bien atado. En esto se lo busca diferenciar de la mujer, que aunque en el retrato de la Dama Española, también esta impávida, siempre es descalificada como antojadiza, inconstante y voluble. Este retrato no puede mostrar lo tornadizo aunque lo fuera.

Escuela Limeña
Retrato de Don Pedro Antonio Fernández, X Conde de Lemos, Virrey del Perú
Lima, c. 1670
Óleo sobre tela, 221 x 160 cm

Así se nos representa como lejano pues esa intención se busca, y si es lejano de los hombres lo será más de las mujeres que quedan subordinadas dos veces a sus hombres, y por esa vía a su Virrey. Cuando no sean nativos o mestizos, que agregan también una discriminación étnica tan perdurable en nuestras despectivas calificaciones. La pirámide es muy clara, para que nadie la ponga en duda. Señor por sobre súbdito, Blanco por sobre nativo o mestizo, y especialmente varón sobre mujer; fueran estas de la Nobleza, blancas plebeyas o postergadas nativas.

Porta en su diestra un estandarte de Santa Rosa de Lima en preciso trance de canonización, la Santa que propicio “La gloria de Don Ramiro” en el final de la novela homónima de Larreta. Pero pocas dudas quedan abiertas y por eso el contraste en su contemporánea, la legendaria/chilena Catalina de los Ríos y Lisperguer (1604-1665), que transmitió el film de culto “La Quintrala” (Hugo del Carril, 1954) donde se muestra a una mujer provocadora y tan temible, que encara en su tradición la contradicción social, política y de género, en su desafío más arriesgado y condenado, como reconciliado.