Edificio de la Munich - sede de la Gerencia Operativa Museos

Edificio construido por el arquitecto húngaro Andrés Kálnay, fue restituido al Gobierno de la Ciudad en febrero de 2002 y destinado a la que era entonces la Dirección General de Museos.

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Historia

A principios de la década de 1970 cerraba sus puertas la Cervecería Munich, lugar de reunión de los ciudadanos en sus paseos por la Costanera Sur durante la primera mitad del siglo XX, acompañando en su decadencia a la del balneario que la había originado.

Luego de albergar al Museo de Telecomunicaciones, el inmueble construido por el arquitecto húngaro Andrés Kálnay fue restituido al Gobierno de la Ciudad en febrero de 2002, y destinado a la que era entonces la Dirección General de Museos para albergar el Centro de Museos de Buenos Aires.

Tanto por su historia como por su particular morfología, el edificio ofrecía posibilidades de llevar a cabo múltiples actividades de interés cultural. Una perspectiva que, potenciada por su inserción dentro del perímetro que abarca el Programa de Recuperación de la Ribera y la Reserva Ecológica, reforzaba los objetivos de la Dirección General de Museos.

El auditorio que existe en el subsuelo del edificio permite ofrecer conferencias, encuentros, foros, seminarios y jornadas afines con los grandes temas que conciernen a nuestro quehacer cultural. Los jardines que lo circundan son aptos para la realización de actividades ligadas a disciplinas artísticas, favoreciendo la comunicación con el público.

Algunas de sus metas fundamentales son difundir el patrimonio museístico y gestionar la realización de emprendimientos conjuntos con otras instituciones. Crear un polo dinamizador de la actividad social, turística y cultural de Costanera Sur, jerarquizando el valor arquitectónico e histórico de la antigua Munich y promocionando la imagen de Buenos Aires a través de uno de sus lugares característicos.

La Munich, la Costanera y el río

Recuperar un edificio de interés arquitectónico e histórico planteó la responsabilidad de su adaptación, conservación y mantenimiento desde un punto de vista funcional, sin vulnerar su fisonomía original o lo que de ella se conserva.

Los Kálnay, la Munich y el Balneario

Los constructores

Los hermanos Jorge y Andrés Kálnay llegaron al Río de la Plata en 1921 a bordo de un buque sin bandera ni rumbo prefijado. Dejaban Hungría, su país natal, a causa de la ocupación rumana luego de la guerra.

Ese año, en la pujante Buenos Aires, el presidente Yrigoyen inauguraba el primer tramo de la Avenida Costanera Sur, límite urbano entre la Ciudad y el río, cuyo proyecto comprendía un murallón con escaleras al río y una pérgola semicircular. Esta área, en la que siete años más tarde se emplazaría la cervecería Munich, fue el paseo predilecto de los porteños durante cuatro décadas.

En la Argentina, al igual que otros miles de refugiados e inmigrantes, los Kálnay encontraron libertad y oportunidades para desarrollar su talento de arquitectos. Luego de trabajar como proyectistas y perspectivistas en varios estudios, ambos fueron incorporados al registro oficial, lo que les permitió instalarse por su cuenta. Juntos diseñaron edificios de relevancia, como el diario Crítica y el Cine Florida. En 1927 Andrés Kálnay construyó la cervecería Munich, obra significativa en su trayectoria.

Autor de numerosas publicaciones, docente y conferencista, se dedicó especialmente a la problemática de la vivienda. El hecho creativo de la construcción fue para Kálnay la expresión de un pensamiento comprometido con las necesidades reales del hombre y la eficiencia en el uso del tiempo. Su producción, vasta y heterogénea, pervive aún hoy en casi todos los barrios porteños.

La Munich frente al río

La cervecería Munich, obra de Andrés Kálnay, fue desde su inauguración en 1927, un lugar destacado en Buenos Aires. El edificio jerarquizaba el paseo de Costanera Sur, preferido de los porteños por más de tres décadas y embellecido paulatinamente con significativas obras de arte como la Fuente de las Nereidas o la estatua de Luis Viale.

Mientras prosperaban en las cercanías los primarios teatrillos para artistas de variedades, cómicos, cantantes e ilusionistas, en el refinado ámbito de la cervecería se reunían pensadores, personajes de la política, de las letras, del arte o del deporte y cuanto visitante ilustre pasaba por Buenos Aires.

Leopoldo Lugones, Alfredo Palacios, Alfonsina Storni, Belisario Roldán, Juan Manuel Fangio, fueron algunos de los parroquianos habituales. También alguna noche, sostienen los cronistas, Carlos Gardel -conspicuo paseante de la zona- alegró con su canto los salones de la Munich.

El Balneario Municipal Sur

Según los cronistas de entonces, el 11 de diciembre de 1918 fue un día sofocante. Hacia la ribera del Plata se dirigían filas de coches de plaza y automóviles descapotados, los que al llegar circulaban por la playa. Señoras de largos vestidos y caballeros de formal atuendo, con sus cabezas cubiertas por ranchos, bombines y hasta galeras, se descalzaban y caminaban, zapatos en mano, por la vera del río.

Aproximadamente a las tres de la tarde, los presentes se agolpaban en la rambla. Ya congregados, el bautismo fue anticipado: el cielo se cubrió totalmente y cayó un súbito chaparrón. Sin embargo, la concurrencia permaneció en su sitio, tal era el entusiasmo. A las 18 llegaron los coches oficiales llevando al intendente municipal Joaquín Llambías y al secretario de Obras Públicas, Ing, José Quartino. Luego de que la Banda Municipal ejecutara el Himno Nacional, monseñor Alberti bendijo las aguas. En medio de grandes aplausos, los funcionarios iniciaron el retorno mientras atronaba el aire una salva de veintiún cañonazos y, según los cronistas de la época, “... una multitud calculada en más de cien mil personas invadió rápidamente las explanadas, al ser habilitado el Balneario Municipal”.

Luego de la fiesta inaugural, la Costanera Sur fue convirtiéndose en obligado paseo del verano porteño. Sobre la terraza del largo espigón con escalinatas al río, obra de ingeniería original y osada para la época, se compusieron amplios jardines cultivando la tierra en forma de pelouses y motivos florales al estilo de los jardines de Versailles, se plantaron corpulentas tipas y acacias y se instalaron farolas y maceteros de bronce importados de Francia.

Según el reglamento dictado por el intendente Carlos Noel en 1923 se disponía el uso obligatorio de “... traje completo de baño, de malla (mamelucos) o pantalón y saco, debiendo hallarse todas las prendas en buen estado (....) se prohibe el uso, para los baños, de calzoncillos comunes o de punto (...) los bañistas deberán proveerse de toalla y deberán permanecer (...) sólo media hora en el agua”.

Los baños debían realizarse respetando la delimitación establecida por sexo, existiendo una zona para mujeres y otra para hombres. El Balneario contaba con duchas y 380 casillas individuales para que el público pudiera guardar sus pertenencias, así como con canchas de tenis, fútbol y un gimnasio para los niños. El público llegaba hasta allí con el tranvía Lacroze o en las llamadas bañaderas descapotadas que venían desde la provincia.

En los terrenos adyacentes se erigieron amplios restaurantes y confiterías por donde desfilaron cientos de artistas de variedades. En toda la zona se realizaban bailes y se celebraban entusiastas carnavales junto al río desmesurado, de cuyo color no han podido ponerse de acuerdo nuestros más grandes poetas.

El río era color de león para Leopoldo Lugones; leonado según Arturo Cancela; chocolate en la visión de Arturo Capdevilla; verde y azul acero al decir de Eduardo Mallea; oleoso y negro en los textos de Leonidas Barletta; de color mineral a los ojos de Baldomero Fernández Moreno, y de la rojiza llanura en la descripción de Roberto Arlt.

Los millones de porteños que se acercaban al río para bañarse en él, contemplar sus ondas o disfrutar de su puro aliento agregaron, a lo largo de los años, infinitos matices para describir a su río, ése del que podían disfrutar plenamente en los veranos inolvidables de la Costanera Sur.