Jueves 20 de Enero de 2022

Redescubriendo la Ciudad: Café Tortoni

El Café Tortoni, uno de los bares más antiguos de la Ciudad, representa fielmente la quintaesencia de la vida cultural y gastronómica porteña. Conocé un poco más de su historia.

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Viejo Tortoni. Refugio fiel de la amistad junto al pocillo de café. En este sótano de hoy, la magia sigue igual y un duende nos recibe en el umbral.

"Viejo Tortoni", tango. Héctor Negro y Eladia Blázquez.

Jean Touan, inmigrante francés, inauguró este bar, en la esquina de Rivadavia y Esmeralda, y lo bautizó Tortoni en homenaje al célebre café parisino sito en el Boulevard des Italiens, mítico espacio cultural del siglo XIX.

Desde su sede porteña inicial fue trasladado, en 1880, a la planta baja de la residencia, de estilo italiano, de Saturnino Unzué sobre la calle Rivadavia, en el barrio de Montserrat.

El edificio del Café perdió el fondo de su terreno cuando fue creada la Avenida de Mayo, -proyecto impulsado por el intendente Torcuato de Alvear y terminado en 1888-, pero se le construyó una nueva e imponente fachada con salida hacia la nueva calle, contando ahora con una planta baja y dos pisos. Proyectada por el arquitecto noruego Alejandro Christophersen en estilo academicista francés, la remodelación concluyó en 1898. La vieja entrada del café, por la calle Rivadavia, siguió existiendo como acceso secundario, pero en la actualidad se encuentra cerrada de forma permanente.

Comenzaba el nuevo siglo, y el corazón del Café Tortoni, ahora bajo el mando de otro ciudadano de origen francés, Celestino Curutchet, comenzaba a latir al ritmo de la Ciudad.

El 24 de mayo de 1926 comienza, en el subsuelo del edificio, la Peña literaria del Café Tortoni. Dirigida por Benito Quinquela Martín, el gran pintor del barrio de La Boca, era un espacio donde, además de lecturas de poesía, se organizaban concursos literarios, conferencias, debates y funciones musicales. Cuando el espacio comenzó a quedarles chico, el café les ofrecería el espacio de la bodega, trasladando su vinería a otro lugar, tal era la importancia que se le dio allí.

Entre las figuras ilustres que frecuentaban la peña, y por lógica las mesas del Tortoni, estaban Alfonsina Storni, Baldomero Fernández Moreno, Conrado Nalé Roxlo, Roberto Arlt, José Ortega y Gasset, Jorge Luis Borges. También desfiló gente de la política como Lisandro de la Torre, Ernesto Palacio y Marcelo Torcuato de Alvear; así como prestigiosas presencias internacionales, tales como Albert Einstein, Federico García Lorca y Luigi Pirandello.

Entre 1962 y 1974, un grupo de jóvenes escritores comenzó a reunirse en el café, cada viernes, en torno a figuras algo mayores como los escritores Abelardo Castillo y Humberto Constantini. Así fue naciendo una nueva Peña -la clásica había desaparecido hacia 1943-, un poco más informal, que contaba con las, aún nóveles, presencias de Liliana Heker, Isidoro Blaisten, Ricardo Piglia, Vicente Battista, y Horacio Salas, entre otros. De estas reuniones surgieron tres revistas de notable influencia en el panorama literario cultural de aquellos años: El grillo de papel, El escarabajo de oro y El ornitorrinco.

El Gran Café Tortoni, más allá de cambios en su administración y algunos altibajos económicos, nunca dejaría de perder su impronta y siempre seguiría abierto a toda inquietud artística, reinventándose y acompañando la cultura porteña.

 

En el interior del Tortoni, nos encontramos con unas cien mesas de roble y mármol veteado en verde y blanco, junto con sillones y sillas de roble y cuero. En las paredes podemos ver dibujos y pinturas de Quinquela y Severi.

La Bodega, en el subsuelo, se convirtió en una sala, escenario de diferentes artistas de tango y jazz. Desde 1978, por ejemplo, actúa todos los sábados la Fénix Jazz Band, un banda argentina de estilo Nueva Orleans; también allí se siguen realizando presentaciones de libros y eventos culturales.

Además está la biblioteca, con una colección de más de mil libros que tratan sobre la historia de Buenos Aires; allí antes funcionaba una peluquería y se mantienen los sillones y espejos donde antaño los parroquianos iban a cortarse el pelo y afeitarse.

La otra sala es la Alfonsina Storni, en homenaje a la gran poeta cuyo suicidio conmovió a sus colegas de la peña. Allí se organizan recitales de poesía y se exponen y venden obras plásticas de artistas jóvenes.

Así como en la vereda del café, nos recibe una estatua del poeta Horacio Ferrer; entrando podemos encontrar, en un rincón, a las figuras de Carlos Gardel, que en vida supo tener una mesa reservada exclusivamente para él, compartiendo una imaginaria charla con Jorge Luis Borges y Alfonsina.

Los vecinos y las vecinas de la Ciudad, a través de Participación Ciudadana, pudieron acercarse de diferentes modos al Tortoni, participando de un reconocimiento a su historia durante la tercera edición del festival FECA, al celebrar sus 160 años mediante la recreación de uno de sus salones característicos; así como también votándolo como uno de sus cafés favoritos.

En 1984 el Museo de la Ciudad le otorgó un diploma reconociéndolo como Testimonio vivo de la memoria de la Ciudad. Posteriormente se le dio el título de café notable por la respectiva Comisión y, en reconocimiento a su trayectoria, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires impuso el Día de los Cafés en homenaje a la fecha de su inauguración sobre la Avenida de Mayo.

Entre el art nouveau y el neoclásico, recordatorios de la Belle Époque porteña, aguarda el Café Tortoni, un orgullo y emblema de nuestra Ciudad, en el que la historia convive con lo nuevo en perfecta armonía, uno de esos lugares que vale la pena seguir redescubriendo.