Toda belleza implica un método.
Paul Valéry
¿Cómo habérselas con la tradición? Cuando Paul Valéry, en “El problema de los museos”, ofrece salidas a su inercia y a su peso, “con algo de templo y de salón, de cementerio y de escuela”, sugiere dos alternativas: o volverse superficial o volverse cita erudita. Hay otra: volverse versión. Es la propuesta de “Las Marías y sus museos”, que jugando con las prácticas del coleccionismo, trazan su propio camino, lo reciclan, o al modo nietzscheano, lo transvaloran.
María Pinto transforma piezas emblemáticas de la historia del arte en una serie enlazada por el encastre de esos muñequitos de producción masiva ̶play-mobils y barbies̶ , donde lo “vivo” humano y no humano de los personajes queda desplazado. A la manera de una metonimia, los convierte en juguetes, a través de una operación conceptual que coloniza la tradición y presenta los dilemas del mundo de la técnica con la ambigüedad de toda imagen, para construir pictóricamente un nuevo problema. El extrañamiento que se produce nos interpela, ¿fuimos siempre muñecos o es la condición que nuestra época hace retrospectiva convirtiendo en artefacto todo lo que toca, como una reina Midas de la tecnociencia?
María Luz Seghezzo se apropia de otro modo: aísla un personaje, una pose, un paisaje, para trasladarlos a sus climas, a sus escenas. Crea plásticamente una sinécdoque: con deliberadas ausencias, con despojamientos, su barrido mantiene la referencia a la obra. Los paneles son planos de color, el espacio es virtual; los personajes donde toda emocionalidad es contenida, encubierta, tienen algo destinal, algo de marionetas a la manera del Gran Teatro del mundo de Calderón de la Barca. Mundos confinados que abren el espacio de la representación como representación. Surge una pregunta: ¿de qué se vuelven signo estas variaciones del encuadre, este paso a la presentación?
Con sus poéticas, las Marías desafían el carácter acabado de esa “teología del arte” que las obras de la tradición representan para traerlas a nuestra época y dinamizarlas. Mundo de apariencias que sigue apostando a la pintura-pintura y es testigo de la condición poshumana que atravesamos.
Ana Aldaburu