Viernes 11 de Septiembre de 2020

Domingo Faustino Sarmiento

El 11 de septiembre de 1888 fallecía en Paraguay Domingo Faustino Sarmiento, conmemorando esa fecha se celebra el día del maestro.

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Caminos de la escuela

Este escrito no pretende sino reseñar algo de lo acontecido en un ámbito tan complejo de la cultura como lo es la enseñanza. Estos caminos a veces son útiles para señalar algunos hechos o figuras y comprender cómo se cruzan con otros urdiendo esa rica trama de relaciones que es un país y una historia. Desde los tiempos de Hernandarias, a principios del siglo XVII, hay escuelas en la ciudad de Buenos Aires, por lo general, asimiladas a la fe religiosa y la evangelización. Las parroquias constituyen un centro de cultura a las que se suman los Cabildos en todas las ciudades del interior con el fin de contratar maestros de primeras letras, enseñar las reglas del cálculo y las normas básicas de urbanidad. La tarea de enseñar recae, a menudo, sobre aquellos que, sin más oficio y desocupados, disponen de algún lugar en la casa. El arancel es muy bajo y diferencial, es decir,

a razón de un peso los de leer y los de escribir y contar dos

Las mismas fuentes capitulares suelen, incluso, consignar los nombres de los jóvenes que se ofrecen para enseñar con un pago que no excluye –como en el caso de los médicos- los frutos de la tierra o el trueque. Las autorizaciones a través del Cabildo, mediante un escribano, quedan asentadas

porque en esta ciudad no hay persona que acuda a enseñar a leer y escribir a los niños, y buenas costumbres, yo me ofrezco en esto, sirviéndose vuestra señoría a decir por los precios que en este Cabildo se sentare siendo justos.

No vienen al caso mayores detalles, y basta con esto para comprender las dificultades de la enseñanza al inicio del período colonial y cómo, gracias al impulso misionero, se logra paliar esa deficiencia. Ya en 1617, según Guillermo Furlong, en la escuela fundada por los jesuitas también se dictan clases que exceden el mero leer y escribir, sin especificar cuáles son las materias, aunque se sospecha que se trata de gramática y latinidad, y con el correr del tiempo, filosofía y humanidades.

Sin duda, el aporte de las órdenes religiosas en este punto es importante, sobre todo, el de los jesuitas. Podría decirse que la formación de la cultura colonial en su conjunto guarda estrecha relación con la Compañía de Jesús, desde las primeras letras hasta la universidad. No todos, sin embargo, gozan del beneficio de la instrucción y se discrimina a cierto sector de la población que sólo recibe la enseña del catecismo. A principios del siglo XVIII, el Cabildo dispone que sólo españoles y nativos -no mulatos y mestizos- pueden recibir las primeras letras.

Con la llegada del Virreinato, el impulso modernizador de los borbones modifica, en parte, este cuadro de situación. El virrey Vértiz inaugura el Real Colegio de San Carlos, sobre las bases del colegio de los jesuitas - recientemente expulsados-, y con un reglamento estricto de ingreso donde el alumno debe saber leer y escribir, profesar la fe católica y ser hijo legítimo. Las nuevas asignaturas no modifican, en esencia, el programa establecido por la Orden, es decir, su carácter clásico y humanístico. La Imprenta de Niños Expósitos facilita la edición de material didáctico utilizado, sobre todo, en la enseñanza elemental. Los estudios medios, por su parte, permiten el acceso a la universidad que, en esos tiempos, se limita a Córdoba o Chuquisaca.

A comienzos del XIX, hay en Buenos Aires algunas escuelas para la enseñanza femenina de las primeras letras y máximas de virtud y religión. El aporte de Belgrano es notable cuando afirma, en julio de 1810, que la educación de la mujer es, en esas circunstancias, más necesaria que la fundación de una universidad. Dos escuelas, la de Santa Catalina y la del Colegio de Huérfanas funcionan en la ciudad, más el aporte de las maestras particulares cuya enseñanza no está sujeto a plan alguno. Belgrano se pregunta:

¿Cómo formar las buenas costumbres y generalizarlas con uniformidad? Qué pronto hallaríamos la contestación, si la enseñanza de ambos sexos estuviera en el pie debido. Mas por desgracia el sexo que principalmente debe estar dedicado a sembrar las primeras semillas lo tenemos condenado al imperio de las bagatelas y de la ignorancia: el otro, adormecido, deja correr el torrente de la edad y abandona a las circunstancias un cargo tan importante.

Lentamente, se abre paso la necesidad y el valor de educar en los tiempos inmediatos a la revolución. Belgrano, con sus nobles gestos, no sólo dona un premio de cuarenta mil pesos por sus servicios, sino que redacta un Reglamento Escolar. El 25 de mayo de 1813, firma esa instrucción con ideas muy precisas sobre programas de estudio, normas de conducta, rol del docente, el sentido persuasivo de la disciplina y el amor a la patria.

Poco después, en 1817, el Directorio nombra a Saturnino Segurola, Director General de Escuelas quien se encargará de establecer una serie de medidas como la de nombrar juntas que organicen la actividad docente, un protocolo para la asignación de maestros, la supresión de castigos y el horario escolar, entre otros. Renunciará, no obstante, en 1819, debido al sistema lancasteriano de enseñanza, impuesto a partir del arribo al Plata de un delegado de la Sociedad Lancasteriana, de Londres, Diego Thompson, que lo reemplazará. La enseñanza indirecta a través de monitores es un modo de salvar la falta de docentes; el maestro supervisa la tarea y los monitores pueden ser, posteriormente, maestros. Al fundarse la Universidad de Buenos Aires en 1821, su Departamento de Primeras Letras adopta este sistema. A pesar de su repercusión –incluso en el interior- se deja sentir la resistencia de los maestros ante un método que, en su disciplina y contenidos, se aparta de las ideas inspiradas por el espíritu de Mayo.

En 1823, Rivadavia convierte el Colegio de la Unión del Sud (antiguo colegio de San Carlos) en el Colegio de Ciencias Morales y se crea la Sociedad de Beneficencia que tendrá a su cargo el Colegio de Huérfanas, la Casa de Expósitos y el Hospital de Mujeres, pero las dificultades políticas y económicas de la época complican el normal desarrollo de la educación. El Colegio de Ciencias Morales otorga seis becas de estudio destinada a jóvenes de las provincias, uno de ellos es Alberdi. Sarmiento, con menos influencias, no lo consigue, y esa marca de exclusión será, para él, una falta que intentará remediar luchando toda su vida en favor de la educación pública, como un derecho universal.

Rosas, por su parte, se interesa por la moralidad en las escuelas, sobre todo, con objeto de recuperar el sentido católico perturbado por la inspiración protestante de la escuela lancasteriana. La doctrina religiosa se vuelve obligatoria, y en 1835 se restablece la enseñanza de los dominicos y jesuitas para las primeras letras. Escaso es el aporte durante este período en todos los niveles educativos, a excepción de Estanislao López en Santa Fe con el Gimnasio Santafesino y el Instituto San Jerónimo, y Pascual Echague en Entre Ríos apoyando y sosteniendo la educación, también femenina, con su escuela para niñas y la vivienda de preceptoras. Con la llegada de Urquiza la tarea educativa no decae, por el contrario, se fundan algunos centros de enseñanza tales como el Colegio Entrerriano de los Santos Mártires Justo y Pastor, destinado a la formación de la mujer, y el prestigioso Colegio del Uruguay, secundario, de 1848.

En 1863 se funda en Buenos Aires, dependiente de la Universidad, el Colegio Nacional, y otros similares en las provincias, pero es en la presidencia de Sarmiento donde, claramente, la educación recibirá un sólido y continuado impulso. Con un enorme analfabetismo y un estado de pobreza alarmante, Sarmiento cifra con una palabra su primer acto de gobierno, y esa palabra es escuela, es decir, la tarea del Estado de educar, conforme a los derechos fijados por la Constitución. En efecto, durante su gestión se fundan ochocientas escuelas públicas y se multiplica varias veces el número de escolares a lo largo del territorio nacional. De sus viajes, trae un bagaje de experiencias y una mirada más amplia de la educación ligada al desarrollo que propicia la Modernidad. El aporte del educador Horace Mann y su esposa no es menor, como lo prueba la inclusión de maestras norteamericanas en diferentes lugares del país. En 1870, crea la Escuela Normal de Paraná para la formación docente, primera en nuestro medio. Un año después, a través de la Ley de Subvenciones, se establece que las herencias sin sucesión así como un octavo de las tierras públicas se destinen a la creación de escuelas y equipamiento escolar. A eso se añade, paralelamente, el impulso otorgado a las Bibliotecas Populares, desde la que fundara en San Juan, en 1866, con su oportuna ley de fomento del libro y la lectura.

No sólo las medidas de su gobierno sino el aporte crítico a través de libros y artículos, ponen de relieve la importancia que Sarmiento le confiere a la educación pública. Resultado de este esfuerzo será la sanción de la ley 1420, en 1884, ley de enseñanza primaria, libre, gratuita, obligatoria, laica y gradual, fundamento y marca de la educación hasta nuestros días. La iniciativa privada en todos los niveles educativos, por su parte, complementa la tarea que el Estado asegura como garantía de pluralidad.

Los caminos de la escuela conocerán múltiples aportes y derivas a lo largo del siglo XX, y continúan hoy –en tiempos de pandemia-, para hacer de ella la irrenunciable formadora de ciudadanía y el sostén de libertad e igualdad para todos los hombres y mujeres que habitan nuestro suelo.

Reseña del área de Educación del Museo Histórico Saavedra

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