Francisco, una vez más, quiso estar cerca de sus fieles. Saludarlos, reírles, mirarlos y escucharlos en una de las tantas muestras de afecto que recibe a diario. Esta vez, su figura se mezcló entre la gente, grandes y sobre todo chicos, que daban muestras de “amor incondicional” hacia su Santidad.
Antes de subir al Papamóvil, Francisco escuchó uno por uno a sus interlocutores, quienes seguramente no se van a sacar nunca de la cabeza ese “saludo divino”.