Esculturas en el jardín 2020

Conocé las 20 obras ubicadas en diversos puntos del jardín en contraste con las texturas que ofrece este espacio

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La exhibición de esculturas en el Museo Larreta se plantea desde dos lugares desde mi punto de vista: por un lado ser un espacio abierto a la experimentación, y que los artistas puedan pensar una obra que necesariamente va a interactuar con la naturaleza, algo que no es tan común. Nuestro museo además está asociado al arte español de los siglos XVI y XVII y la maravilla de un jardín de estilo hispano-morisco, con la presencia de fuentes y mosaicos que lo hacen tan característico. Justamente estas cualidades son las que se tornan interesantes en diálogo con obras contemporáneas y le dan sentido al museo como un lugar de encuentro y diálogo entre épocas distintas.

En esta nueva edición de la exhibición, hay un fuerte presencia de obras que hablan sobre la ecología y el medio-ambiente como la de Claudia Aranovich, Monte en extinción, en donde hay un tronco verdadero atravesado por un flujo de vidrio, la de María Guallar que remite a las heridas que le infligimos a la tierra a través de una aguja fuera de escala, Marie Orensanz diseña una planta en aluminio y cala la fórmula del dióxido de carbono y el plomo que es perjudicial para la naturaleza y Desirée de Ridder moldea en cerámica unas lechuzas que conviven con ella en el campo argentino. Juan Pablo Marturano esculpe una cadena de montañas de la provincia de San Juan en granito, El cordón de la Ramada a las que él mismo ascendió como alpinista. Mónica Canzio remite a formas de la naturaleza con las que viene trabajando, al igual que Eugenia Streb que interviene la rama de la Magnolia con un bulbo trenzado.

Hay otras obras que se embarcan en búsquedas formalistas y experimentales como la del dúo conformado por Carola Zech y Federico Roldán Vukonich que armaron una gran pantalla iridiscente en donde el paisaje se percibe de otra manera, emisora y receptora de estímulos sensibles al decir de ellos. Paulina Webb y Norma Siguelboim exploran el color, en el caso de Paulina sobre lienzos que ondulan y en el caso de Norma en su interacción con la luz en un gran cubo de pequeñas piezas de acrílico. Los trapecios de Gabriela Heras penden entre dos palmeras en un doble juego de movimiento,transparencias y colores que interactúan con la luz. La escultura de Julia Farjat es sólida y roja, una forma que sobresale en el medio del follaje. En cambio la de Marcela Gásperi remite a los juegos de niños en plazas, un rompecabezas de colores. Instante infinito se llama la obra de Natalia Abot, una estructura de malla metálica que pende de la Magnolia y se mueve al son del viento.

Y, también, hay obras que hablan de sus creadores de manera más personal como la Cabeza de Nushi Muntaabski (es el fragmento de una escultura de cuerpo entero), un autorretrato de la artista que mira el cielo y puede ser recorrida desde todos los ángulos. Las lágrimas de Valeria Budasoff, en este caso una obra de sitio específico, pensada para colgar de este árbol, otra Magnolia, que se mecen con el viento y reflejan los rayos del sol descolocando el sentido de las mismas, lágrimas sólidas y metálicas. La alunada de María Silvia Corcuera es un juego de palabras, la luna en este caso también representa un ojo y arriba está enroscada como un catalejo para que podamos espiarla. Pablo Ortíz diseñó una casita para colgar de un árbol, imposible de llegar aunque simbolice el lugar que deseamos (o no tanto luego de tanto aislamiento). El Portal para el descanso de un guerrero de Oscar de Bueno refiere a una forma muy utilizada en civilizaciones anteriores para delimitar el espacio común del espacio sagrado, esos portales que nos marcan el ingreso a un más allá, símbolos de un tránsito y están custodiados por guerreros. Y si hablamos de guerreros, contamos con una mujer guerrera, la Medusa con la cabeza de Perseo de Luciano Garbati, una mujer triunfante en clave contemporánea que alude al mito griego.

Delfina Helguera