Últimos Años

En la tercera y última parte del recorrido por la vida y obra de Manuel Belgrano les presentamos los últimos años de su carrera en el rol de diplomático, su fallecimiento, los homenajes y el mausoleo.

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Belgrano diplomático

A principios de 1816, apenas regresado de Europa, el Directorio lo designa como General en Jefe del Ejército de Observación con objeto de frenar la acción de los caudillos del Litoral; su respuesta significará un armisticio para evitar enfrentamientos.

Después de participar en el Congreso, y ya en mayo de 1817, Pueyrredón le encomienda el mando del Ejército Auxiliar del Perú acantonado en Tucumán para salvar a la Patria en sus actuales conflictos, siendo indispensable que él concurriera con sus conocimientos y virtudes, llevando orden y organizando la tropa . No le es ajeno a Belgrano la situación compleja entre Buenos Aires y las provincias; asume el cargo conciente de que los recursos serán escasos -dado que se envían a la campaña del Ejército de los Andes-, pero con la intención de cooperar en la guerra gaucha librada por Güemes en Salta. El nombramiento cuenta con el aval de San Martín que escribe sin vacilar:

En el caso de nombrar quien deba reemplazar a Rondeau, yo me decido por Belgrano; este es el más metódico de lo que conozco en nuestra América lleno de integridad y talento natural: no tendrá los conocimientos de un Moreau o de un Bonaparte en un punto a milicias pero créame que es lo mejor que tenemos en la América del Sur.

A mediados de 1819 solicita al Director Rondeau una licencia por enfermedad y se establece en Tucumán. Una revuelta depone al Gobernador de esa provincia y es engrillado por orden del cabecilla sin respeto por sus piernas muy afectadas e hinchadas por la hidropesía. Después de esa humillación, médicos y un religioso, el padre Villegas, le facilitan el dinero para su traslado a Buenos Aires, en marzo de 1820.

Su fallecimiento

Pocos meses después, a las siete de la mañana del 20 de junio de 1820 -día aciago, recordado como el día de los tres gobernadores-, agoniza inadvertido por la urgencia de los acontecimientos, Manuel Belgrano, uno de los indiscutidos Padres Fundadores de la Patria. Ni La Gaceta, ni El Argos dan cuenta de su muerte, salvo El Despertador Teofilantrópico del padre Castañeda que apunta lo siguiente: Es un deshonor a nuestro suelo, es una ingratitud que clama al cielo, el triste funeral, pobre y sombrío que se hizo en una iglesia junto al río, al ciudadano ilustre General Manuel Belgrano. A la espera de un cobro siempre diferido, Belgrano, sumido en la pobreza deja su reloj como paga al doctor Readhead y hasta el mármol de su lápida -algunos aseguran- el hermano lo toma de una cómoda familiar. Es conocida su lamento antes de expirar:

¡Ay, Patria mía!

Sus restos descansan en la iglesia de Santo Domingo dada la proximidad de su casa natal con el templo, el haber recibido ahí el catecismo y las primeras letras, y el vínculo de amistad que unía a su familia con esa orden religiosa.