05/04/2020

@che._ster - CABA

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Aplasto mi cara contra las rejas de la ventana, en un intento bobo por sentirme más afuera. Mientras escribo, Fermina calcula desde la cama y hace un salto preciso, de trapecista, al alféizar de la ventana. Qué elegante, pienso yo. Camina por el borde y también, aplasta su cara contra la reja. No son tan diferentes de nosotres.

Un taxi, un rappi, las luces de un auto poli. La voz de un pibito jugando con su papá me llega desde un balcón que no llego a ver porque lo tapa la copa de un árbol. El ruido de una cuchara raspando una cacerola. Qué cantidad de conjeturas. Qué creatividad.

Al principio esta pausa me cayó como algo más. No voy a mentir; no la arranqué sin brotes de ansiedad. Pero pude leerla rápidamente como el desafío de turno a afrontar. La crisis me llegó después, cuando ví que esto no cedía. Esto cambia las cosas, pensé. Ah, ¿así que no era un desafío de turno? ¿Así que me creí que como con el resto de las cosas, esto llegaba, se quedaba un ratito y se despedía? ¿Acaso el universo osó poner en nuestras rutinas un giro un poco más demorado que una serie de Netflix?

Tenemos las cartas sobre la mesa. Me corrijo: tengo -evito hablar generalidades. Tengo las cartas sobre la mesa. ¿Qué voy a hacer con esto? ¿Con este silencio abrasador en la calle, con estas voces de otras vidas que me llegan con el viento del barrio, con estos días interminables que se prenden, y se apagan, para volverse a prender? ¿Voy a seguir amparándome en la distracción eterna que amablemente me ofrece el consumismo? No, es una trampa Lisa. No le creas.

Acá, en la ventana, con la cara aplastada contra la reja, siento que me mandaron al rincón a pensar. Por suerte hace un tiempo le perdí el miedo a pensar(me). Porque ya entendí que todo tiene su tiempo, incluso yo. Y que lo que pueda encontrar en mi pensar no es urgente, no es desafiante. Es el costado más amable y humilde que me da la vida, porque soy realmente yo. El costado hostil es el que el sistema me vive tironeando para que sea, por más que suela creer que esa soy yo. No, yo soy esta. La que está en su cuarto con la luz apagada, calma con una birome, un cuaderno, el viento que entra de a ratos, y la compañía de quien yo quiero. Sin zapatillas, en joggineta, sin corpiño ni maquillaje.

Una vez acostumbrada a entender que este no es el desafío de turno, el verdadero desafío llegará más adelante: ¿qué voy a hacer cuando el costado hostil vuelva a ser demandado por el sistema? Ahí se van a ver las verdaderas cartas.