La Orden del Tornillo

Bajo el manto irónico de darle "coherencia a la locura" fue creada por Quinquela con la intención de que todos los miembros de la Orden debían ser cultores de la Verdad, el Bien y la Belleza.

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"Para la gente esclava de las preocupaciones materiales, los hombres de espíritu viven en estado de locura".

La historia cuenta que un día de principios de abril de 1948 Benito Quinquela Martí recibe en su estudio a su amigo “el poeta de las pátinas”, Lucio Rodríguez, que además de maestro de pátinas es un conocido ceramista, quien cada vez que lo visita suele llevarle algún objeto patinado con divertidas intenciones. Ese día va con un ferruginoso tornillo, que no es otra cosa que un tornillo de plástico patinado, y le dice “Tome maestro, por si le hace falta”. Esto es lo que el gran artista boquense necesita para cerrar la idea que le viene rondando sobre la creación de una hermandad, con la cual reemplazar la desaparecida “Agrupación de Gente de Arte y Letras La Peña”, aquella mítica tertulia artística-literaria del sótano del Café Tortoni que fuera creada en 1926, y la alicaída II República de La Boca, fundada en la cocina de la casa de José Víctor Molina en 1923.

Quinquela ostenta el grado de “Gran Maestre” de la bienhumorada hermandad. Los estatutos de la Orden son los siguientes: “Todo el mundo puede ser candidato. No todos pueden merecer ser declarados locos ‘honoris causa’. Se reserva el collar de la ‘Orden del Tornillo’ para los que tengan la monomanía del bien y la belleza, y para ceñirlo hay que tener por lo menos un poco de Francisco de Asís y un mucho de Quijote”.

Es así que el domingo 18 de abril de 1948 se pone en marcha oficialmente la inolvidable Orden en el amplio estudio del gran artista boquense, ubicado en el tercer piso de su escuela-museo. Por primera vez en el mundo, un artista condecora a sus hermanos los artistas. Los domingos al caer la tarde, se realizan las reuniones cuya ceremonia y ritual es el siguiente: Sobre tablas grandes colocadas sobre caballetes a modo de mesa, cubiertas con papel madera en lugar del típico mantel, se ofrece una cena donde por único plato se sirve, en una fuente monumental, tallarines de colores con salsa de tomate y pan colocado directamente sobre la mesa. Para beber vino tinto en jarras pingüino. Luego pasta frola y por último se toma café.

A continuación, Quinquela vestido con su pintoresco “frac naval” con tornillos como botones y sus condecoraciones, a su decir, “ganadas en mil batallas contra el hastío”, realiza la ceremonia de la entrega del Tornillo, donde luego de una serie de humoradas le entrega al elegido un diploma firmado por él y los asistentes al acto y le da la preciada condecoración consistente en un collar con un gran tornillo que se le cuelga en el cuello y otro pequeño tornillo que se le coloca en la solapa del saco que hace de insignia: “Luciendo mi uniforme de gran maestre, con abundancia de jalones y orlado de simbólicos tornillos, entrego a los nuevos miembros de la Orden el diploma que los acredita como tales y coloco con aparente solemnidad la preciada condecoración, consistente en un tornillo dorado, que pende de un cordón de color”, expresa Quinquela -quien gira al candidato, dejándolo de espaldas a él-, que tiene un bastón de mando con el cual le pega en la nuca y le dice: “ya estás atornillado, pero no te lo ajustes demasiado que es conveniente llevarlo flojo”. Se les dice que el tornillo no los volverá cuerdos, sino que los preservará contra la pérdida de esa “locura luminosa” de la que se sienten orgullosos. A las 22.30 horas se sacan las mesas y se convierte la sala en platea. Se toca la guitarra y el piano. Famosos músicos interpretan obras en el piano de cuarta cola del estudio que fue fabricado por la afamada Chickering & Sons, en Boston, Estados Unidos, siendo adquirido por Quinquela por recomendación del célebre director de orquesta italiano Arturo Toscanini. Se entona alguna zamba y alguien recita, y a las 23.30 horas en punto el Gran Maestre pone a todo el mundo en la calle.

“Sólo los locos espirituales se convierten en miembros de la Orden del Tornillo”

Con el tiempo el Tornillo se convertiría en un “trofeo” apetecido por mucha gente, y su fama llegaría a muchos rincones del planeta. Su llama se fue extinguiendo a la par de la decadencia física de Quinquela, para apagarse la noche del 24 de diciembre de 1974, cuando se entrega por última vez al escritor y poeta Alberto Mosquera Montaña. El número exacto de “atornillados” es difícil de determinar porque durante los últimos años de vida del artista no son incorporados los nuevos cofrades en el registro oficial. De todos modos, en varios reportajes en la década de 1970 Quinquela señala que fueron galardonadas más de 320 personalidades.

“Es inútil pedirlo, ni hacer méritos. No es loco quien quiere, sino quien puede”

El primero en recibir la distinción es el poeta Fermín Estrella Gutiérrez en la reunión inaugural del 18 de abril de 1948, y entre la gran cantidad de ilustres figuran Charles Chaplin (lo recibe en su nombre su hija Geraldine); Francisco Canaro, Mariano Mores, Argentino Valle, Patrocinio Díaz, Reinaldo Elena, Aníbal Cárrega, Alberto J. Armando, Tita Merello, Luis Sandrini, Lola Membrives, Milagros de la Vega, Zully Moreno, Conrado Nalé Roxlo, Joaquín Gómez Bas, Fortunato Lacámera, Miguel Carlos Victorica, Raúl Soldi, Domingo Pronsato, Cesáreo Bernaldo de Quirós, Bibi Zogbe, Mauricio Flores Kaperotxipi, Nicolás García Uriburu, Dr. Raúl Matera, Dr. Pedro B. Cossio, Dr. César C. Carman, Silvina Bullrich, Antonio Porchia, Antonio J. Bucich, León Benarós, Luis César Amadori, Cecilio Madanes, Julia Prilutzky Farny, Gaspar Benavento, Jacobo Feldman, Roberto Capurro, Julio César Vergottini, Luis Perlotti, Pedro Tenti, Juan Zuretti, Fernán Félix de Amador, Juan José de Soiza Reilly, José León Pagano, Masao Tsuda (embajador del Japón); el príncipe Prem Purachatra de Tailandia y tantos otros.

Si bien al fallecer en enero de 1977 Benito Quinquela Martín, y siguiendo su expreso deseo, la “Orden del Tornillo, que le falta” deja de existir definitivamente, desde entonces su recuerdo se ha mantenido perenne en las nuevas generaciones que disfrutan su maravillosa historia de fraternidad, y admiran esa “locura luminosa” de la que se sentía orgulloso su idealista e inigualable creador.