La Puerta del Atlántico

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Buenos Aires nació, por segunda vez, en 1580, como freno al avance de otras coronas europeas, especialmente la portuguesa, preocupadas por conseguir un acceso a la riqueza del Potosí. La intención no era abrir una salida al Atlántico de los productos sudamericanos, cuya única puerta autorizada era El Callao, sino impedir la evasión de los mismos y el ingreso de otros.

A su vez, se necesitaba crear una fuente de recursos para sustento de la población local. Se permitió, entonces, exportar al Brasil algunos productos derivados de la explotación del ganado cimarrón, como cuero y sebo, en calidad de intercambio de ropa, lienzo, calzado, hierro y acero.

Sin embargo, no en la palabra pero sí en la omisión, el gobierno español toleró, desde el nacimiento mismo de la ciudad, el ejercicio del contrabando. Junto con los barcos y sus mercancías ilegales llegaron inmigrantes, artesanos, comerciantes, esclavos, devociones, formas de vida, gustos e ideas que comulgaron con las tradiciones andinas y misioneras, forjando la primera idiosincrasia rioplatense.