Mayo 2019

Columnas de opinión del Procurador General

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Tender puentes entre el intelecto y la acción

Hace pocos días organizamos, conjuntamente con el Instituto de Derecho Administrativo de la Academia Nacional de Derecho, una jornada en homenaje al jurista español Jesús González Pérez que se realizó en el salón Dorado del Palacio Legislativo.

Al momento de preparar mis palabras de apertura para dicho encuentro, me interrogué interiormente sobre cuales serían las razones que validan y justifican organizar un acto de esta naturaleza, teniendo en cuenta que somos un órgano gubernamental, y que no habíamos tenido además la chance de tratar personalmente al homenajeado. Tras meditar sobre la cuestión concluí que podrían ser cuatro los motivos que explicaban nuestro rol como organizadores del evento. Así lo expuse públicamente y quisiera compartir con ustedes dichas reflexiones.

La primera respuesta fue casi una confesión pública, y es que nos resulta difícil negarnos a cualquier invitación o iniciativa que provenga del Dr. Juan Carlos Cassagne. Ello por el respeto, cariño y admiración que le tenemos, pero también por una elemental cuestión de justicia y reciprocidad ya que siempre hemos tenido de parte del Dr. Cassagne una respuesta generosa a las permanentes invitaciones que le cursamos para colaborar en actividades de nuestra Escuela de Formación de Abogacía Pública.

La segunda razón radicaba en que, por aquella afirmación evangélica (“por sus frutos los conoceréis”) teníamos en verdad motivos para honrar al homenajeado aún sin haberlo conocido. Jesús González Pérez, fallecido el 27 de enero pasado en Madrid, fue uno de los más grandes juristas hispanos, que dedicó la mayor parte de su vida al estudio y enseñanza del Derecho Administrativo y del Derecho Procesal Administrativo.

Doctor en Derecho y en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense, con premio extraordinario, fue autor de un extenso volumen de publicaciones que han alcanzado una difusión internacional. Hasta sus últimos días, con sus noventa y cuatro lúcidos años, siguió realizando valiosos aportes al Derecho Administrativo.

En tercer lugar, siendo que la jornada de homenaje servía también para reflexionar sobre la actualidad del procedimiento y proceso administrativo con un rico temario y con destacados expositores, ello brindaba una ocasión para sacar buen provecho de la jornada, y continuar profundizando en estos temas que tan íntimamente vinculados se encuentran con nuestro quehacer diario en la Procuración General. Por último, tal vez la razón más honda consistía en la necesidad de continuar tendiendo puentes que acerquen el mundo académico e intelectual a la acción política y administrativa. Más específicamente, vincular el conocimiento de los principios jurídicos con el ejercicio del arte de la abogacía pública. Tanto el creciente dinamismo de la vida actual con sus cambios acelerados, como el evidente progreso científico y tecnológico exigen, para que la acción sea eficaz, la necesidad de poseer una más completa y sólida formación, una inclinación cada vez más acentuada por el conocimiento. Como bien se ha dicho, quien no estudia con algún rigor se convierte en un mero repetidor de ideas viejas.

No se trata de una cuestión novedosa sino de una preocupación que está presente desde los clásicos. Ya Platón pregonaba que el poder político debía estar en manos del filósofo rey porque este poseía el don más elevado de la sabiduría. Entre las ocho partes integrales de la prudencia, como virtud principal del obrar político, Santo Tomás incluía el razonamiento que exigía la capacidad intelectual para luego definir lo que convenía obrar.

Aunque en el fondo las tareas del político y del intelectual presupongan arquetipos distintos como lo reseñaba Max Weber en su clásica obra, lo cierto también es que hoy se trata de poseer un adecuado balance entre ambas dimensiones. La bella pluma de Ortega y Gasset viene a nuestra ayuda: “es ilusorio creer que el político puede serlo sin ser, a la vez, en no escasa medida, intelectual”…” Este es a mi juicio el error: creer que un político es, sin más ni más, un hombre de acción, y no advertir que es el tipo de hombre menos frecuente, más difícil de lograr, precisamente por tener que unir en sí los caracteres más antagónicos, fuerza vital e intelección, impetuosidad y agudeza”.

Para utilizar un término muy en boga entre nosotros, se trata de evitar una grieta tendiendo puentes entre el intelecto y la acción. Debemos procurar que nuestras acciones persigan siempre el bien que es debido, y que también sean iluminadas por la luz natural de la razón.

Vale recordar a Sófocles quien desde la Antigua Grecia nos señala que nada es más importante como el poder de la palabra cuando ella está cargada de pensamiento.