Alcide d’Orbigny

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Alcide Charles Victor Marie Dessalines d’Orbigny nació en Francia el 6 de septiembre de 1802. Su padre y su hermano se desempeñaban como médicos naturalistas dedicados a escribir y editar libros sobre zoología, botánica o ciencias naturales, lo que explica su temprana vocación para la ciencia. Estudió en el Museo de París, sus dotes de buen dibujante de objetos naturales le permitieron ingresar prontamente al museo como personal estable.

El Museo de Historia Natural de París le ofrece entonces enviarlo a América para explorar y estudiar la flora, fauna, geografía, con el objetivo de incrementar sus colecciones sobre el Nuevo Mundo. Según sus propias palabras:

“Me dedicaba a coordinar mis numerosas observaciones sobre los moluscos, cuando con motivo de la Partida de Europa de una compañía inglesa encargada de explorar las minas de Potosí, en Bolivia, la Administración del Museo concibió el proyecto de enviar a América un naturalista viajero … A principio de 1825 Geoffroy Saint-Hilaire me hizo saber que durante una sesión de la Administración del Museo, de acuerdo con Cuvier, Brongniart y otros colegas suyos, había propuesto encomendarme el viaje planeado…”

Con el título de “naturalista viajero” partió el 31 de julio de 1826 del puerto de Brest, a bordo de la Corbeta Meuse con destino final a Buenos Aires, con escalas en Tenerife, Río de Janeiro y Montevideo. El viaje se prolongó desde septiembre de 1826 hasta junio de 1833. Visitó seis países: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Perú y Uruguay.

En Argentina realizó la navegación del río Paraná hasta más allá de Corrientes, Chaco y Misiones. Luego viajó a la Patagonia, pasando a Chile, Perú y Bolivia. De regreso a su país en 1834, D´Orbigny dedicó el siguiente lustro a ordenar y clasificar documentos, observaciones, apuntes, mapas y dibujos, con los que escribió su monumental obra “Voyage dans L´Amérique Méridionale” conocida como “Viaje a la América Meridional”, que demandó trece años de ardua labor. El primer tomo apareció en 1839 y el último en 1847. La edición comprendió nueve volúmenes y un atlas de 500 láminas coloreadas. Contiene observaciones sobre historia, geología, geografía, arqueología, etnografía, clima, zoología, botánica, paleontología y toda información relacionada con las ciencias naturales. La obra fue traducida al castellano en 1945 y publicada así en cuatro tomos.

En sus escritos, a poco de comenzar la navegación del río Paraná, distingue entre la flora nativa compuesta de sauces, ceibos, laurel-mini (que usan para curtir cueros), laurel blanco y palmeras, de las plantas traídas desde Europa. Entre estas últimas se refiere a los naranjos y durazneros que se dan en forma espectacular y que están en las islas altas no anegadizas. Cuenta que bajó en una de las islas y rápidamente llenó un bote de duraznos perfumados. Dice que con los duraznos, los habitantes de la región preparan “orejones”, “pelones” y aguardiente. Las naranjas, que son agrias, se usan para hacer un jugo refrescante que se acidula y guarda en barriles. Atribuye la baja calidad de las naranjas al hecho que no están injertadas. También cita perales y manzanos. Con respecto a los frutales, cree que los mismos fueron traidos por los jesuitas a mediados del siglo XVIII. Al describir la vegetación, se refiere a los sauces que en algunas regiones están casi completamente cubiertos por enredaderas de flores blancas. En las islas en el medio del Paraná menciona que además de sauces y laureles se encuentra el timbó (que tiene madera fina para ebanistería), el sangre-drago (con una resina especial), el palo de leche (que tiene una leche resinosa) y alisos. Veinte leguas antes de Goya menciona palmeras datileras o pindó. Cerca de Corrientes se refiere a la palmera carandai que dice usan para techar. También para Entre Ríos menciona la palmera yatay. A esto le suma la descripción de plantas acuáticas que rodean las islas y los árboles que crecen en terrazas altas como acacias y aromos. Sobre la explotación de leña para abastecer de carbón a Buenos Aires advierte la pronta desaparición del recurso “Su modo de fabricación es de los más viciosa, por lo que el producto resulta muy malo y se pierde mucha cantidad de madera…”

En Bolivia, d’ Orbigny habría de permanecer más de tres años, realizando un gigantesco trabajo de investigación naturalista multidisciplinario, en el que destaca la elaboración del primer mapa geológico del país y las primeras referencias sobre estratigrafía, paleontología, botánica y otras disciplinas de las ciencias naturales. Está considerado como el precursor del estudio de microfósiles (granos de polen, esporas y pequeños fósiles marinos) presentes en niveles sedimentarios, para conseguir su datación. Dio origen así a la micropaleontología, disciplina cuya aplicación ha alcanzado su mayor desarrollo en la prospección petrolífera.

Viajando solo o en compañía de indígenas, librado a su suerte muchas veces en la profundidad de la selva, el naturalista recorrió las yungas, los valles de Cochabamba y Santa Cruz, las misiones chiquitanas y de Moxos, las remotas tierras de los yuracarés, las altas cordilleras andinas y el altiplano, sin dejar un solo día de escribir sus observaciones, con un rigor científico que todavía hoy en día son fuente confiable de investigación para diversos campos de la ciencia. Los bolivianos, en agradecimiento le rinden continuamente homenaje, como ocurre en los sellos postales dedicados a la figura del gran naturalista.

La descripción botánica del irupé se debe a este naturalista, quien a pesar de verla por primera vez en Corrientes, Argentina, en el año 1827, publica acerca de ella recién en 1840. D’Orbigny nombra a la especie en honor a Andrés de Santa Cruz, Presidente de Perú y Bolivia por esas épocas y patrocinador de la expedición a Bolivia en la que fueron recolectados los primeros ejemplares de la planta. Por esto es identificada como Victoria cruziana A.D. Orb.

En 1853 fundó la cátedra de paleontología en el Jardín de Plantas de París. Llegó a presidir la Sociedad Geológica y perteneció a otras muchas sociedades científicas. Como escritor científico fue muy prolífico, colaboró en numerosas publicaciones y fue autor de diversas obras. Su Paleontología francesa (1840-1854) está considerada como una obra cumbre de la paleontología. Son también meritorias Clasificación metodológica de la clase cefalópodos (1826), Monografía sobre el cefalópodo Cryptodibranches (1839), Historia general y particular de Crinoides vivos y fósiles (1840), Moluscos vivos y fósiles (1845), Foraminíferos fósiles de la cuenca de Viena en Austria (1846) y Curso elemental de paleontología (1849-52).

Murió en Pierrefitte-sur-Seine, Francia, el 30 de junio de 1857. Numerosas taxones vegetales le rinden homenaje en su nombre: el género Orbignya; Mutisia orbignyana; Geonoma orbignyana; Plantago orbignyana; así como decenas de especies de fauna (aves, mariposas, moluscos, crustáceos, peces, etc.)