La ruta de un políglota

A sus 70 años, el investigador Tomás Várnagy repasa su relación con los idiomas aprendidos desde su niñez y su pasión intacta por ellos.

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El Día Internacional de la Lengua Materna se conmemora el 21 de febrero en honor al Movimiento por la Lengua Bengalí: ese día de 1952, en Daka, la policía y el ejército de Pakistán, que entonces ocupaban Bangladés, abrieron fuego contra la multitud de lengua bengalí que se manifestaba por sus derechos lingüísticos. Actualmente, el bengalí es la lengua nacional y oficial de Bangladés y una de las 23 lenguas oficiales reconocidas por la República de la India.

La lengua materna, primera lengua o lengua nativa, es aquella a la que una persona ha estado expuesta desde su nacimiento. El primer idioma es parte de la identidad social y cultural de la persona; y la lengua materna trae consigo la reflexión y el aprendizaje de patrones sociales exitosos para actuar y hablar.

Mi lengua materna fue el húngaro. Mis padres huyeron de Hungría luego de la guerra y llegaron a la Argentina a principios de la década de 1950. No hablaban castellano y acá se reunían y trabajaban con otros húngaros. Hasta mi adolescencia, yo estaba convencido de que volveríamos a Hungría en cuanto se fuesen los soviéticos y el gobierno comunista.

Formé parte de la colectividad húngara en Buenos Aires: fui boyscout (tenía prohibido hablar en castellano) y realicé estudios de tipo secundario en húngaro los días sábados. Recién a los 6 años aprendí castellano por la escuela. De a poco, me convertí en bilingüe, que se define como alguien que habla dos idiomas con la misma fluidez.

Unos estudios evaluaron a los bilingües como “equilibrados”: un niño que habla dos idiomas con total fluidez siente que ninguno de los dos es su idioma “nativo”. Ese estudio encontró que los “bilingües equilibrados” se desempeñan significativamente mejor en tareas que requieren flexibilidad y, además, son más conscientes de la naturaleza arbitraria del lenguaje.

Cuando cursaba la escuela primaria, vino mi abuela paterna desde Hungría. Era profesora de idiomas y me “torturó” enseñándome francés y alemán. Digo que me “torturó” porque fue un sufrimiento en esa época; posteriormente, se lo agradecí, pues no hay nada mejor que conocer varios idiomas. En el secundario gané una beca y fui a vivir con una familia estadounidense (en la que nadie hablaba español) en Ohio, Estados Unidos. Aprendí muy bien la lengua inglesa: ya era políglota (alguien que habla varias lenguas).

También adquirí algo de latín y de griego, pues estudié filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Fui al Instituto Goethe a estudiar alemán, a la Alianza para perfeccionar mi francés, y a la Sociedad Argentina de Relaciones Culturales con la Unión Soviética (SARCU) para cursar ruso.

A mis 65 años, fui a Montpellier, en donde tomé un curso acelerado de francés, con seis horas diarias durante un mes. Pensé que iba a regresar “pensando” en francés, pero no, habría necesitado unos cuantos meses más allá.

Aprendí de Laura Ercej el concepto de andragogía, el cual indica que el ser humano tiene la capacidad de seguir aprendiendo hasta su último suspiro. Adhiero a él: realicé mi doctorado en Ciencias Sociales pasados mis 60 años.

Con la excepción del húngaro, del español y del inglés, no domino ninguno de los otros idiomas que estudié, pero tengo conocimientos vastos sobre los mismos, que me sirven para hacer algo que me encanta: comparaciones, historias de palabras y etimologías.

En tu familia, tus padres, abuelos y demás antepasados ¿qué idioma hablaban además del español? Y lo más importante: ¿qué idioma te gustaría hablar? ¡A intentarlo! ¡Que siempre sea placentero y con diversión mediante!


Platense y un lago húngaro

Recuerdo que durante varios años de mi niñez iba con mi familia al club Platense, y allí me encontraba con otros niños con los cuales jugaba y hablaba en húngaro y en alemán. De grande, le pregunté a mi padre por qué éramos socios de Platense, cuya sede quedaba bastante lejos de casa, y por qué había ahí, a principios de la década de 1950, tantos húngaros y alemanes. Su explicación fue la siguiente: "El lago más grande de Europa central es el Balaton, ubicado en Hungría, a 100 kilómetros de Budapest. Es una especie de Mar del Plata para húngaros, austríacos y alemanes, en donde todo el mundo habla húngaro y alemán. Para los húngaros, es su ‘mar interior’ y el principal destino del turismo nacional y de países vecinos. En alemán, ‘See’ significa lago y ‘Platense’, lago Balaton. Entonces, todos los húngaros, austríacos y alemanes recién llegados en esa época a Buenos Aires pensaron que el club Platense tenía algo que ver con el lago Balaton"

Tomás Várnagy