Mi amigo África y yo

Ana María Corbetta participa del Centro de Día 5 de Villa Ortúzar desde hacecuatro años. A través de los talleres culturales conocimos su historia de resiliencia. Desbordante de amor, humor y creatividad.

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Mi vínculo con África surgió hace muchos años mientras atravesaba un tratamiento de quimioterapia por linfoma. Experiencia más o menos penosa que me ha dejado una concepción diferente de la vida, abriendo mi mente y mi corazón.

El linfoma trajo nuevos aprendizajes. Me amigué con mi cuerpo y mis células; entregué al Universo la tarea de decidir sobre mi existencia. Pedí dos cosas: que iluminara a los médicos y que me iluminara para ser una buena paciente. Repartí la tarea. Y mepregunté: “¿Para qué a mí?”.

A mediados de la primavera de 2011 comenzó mi amistad con él. Lo veía todas las mañanas al levantar la persiana. Sus ramas y hojas tiernas, tan lindo, tan vital, tan lleno de energía que me hacía sonreír. Yo, por el contrario, tan febril, tan débil, tan enferma, que solo podía ir de la cama a la cocina, un rato al balcón para volver a acostarme agotada. Desde la cama lo veía cada día más tupido, más grande, exultante.

Una mañana de domingo en un enero en que la calle estaba silenciosa, descubrí que, si no fuera por el ruido de algún colectivo al pasar, podría pensar que estaba en África. De allí surgió su nombre: África.

Por las mañanas lo saludaba y lo felicitaba por su esplendor. Él tiempo fue pasando, sus hojas se volvieron amarillas y cayeron. África se estaba preparando para invernar. ¡Cómo lo envidié! Él iba a dormir durante muchos meses y yo debía pasar todavía por más de la mitad de la quimio y por la ventana solo vería sus ramas y ramitas peladas, mecidas por el viento.

Todos sabemos que los días tienen la misma cantidad de horas, los meses de días y los años de meses. Pero el tiempo no transcurre igual dentro de una. A veces es muy lento, otras un parpadeo. Contradicciones entre la lógica y los sentimientos.

Un día, maravillosamente, volvieron a ponerse gorditas las puntas de sus ramas, a armar esos pequeños repollitos que se transformarían en hojas verdes. Para Navidad nos sentíamos otra vez vitales, yo con pequeños proyectos y algunos sueños. Él, no sé.

Ignoro qué será de nuestro destino pero, de acuerdo a las leyes de la naturaleza, África me acompañará por el resto de mi vida. Y esto me alegra, me da apoyo, me hace sentir en paz.

No sólo los niños tienen amigos imaginarios. Me pregunto si África pudiera comunicarse conmigo. Imagino: “Calla bípedo implume, ¡no sabes apreciar el valor del silencio!”.

Imagino: “¿No oyes mi canto suave con la brisa, mi canto fuerte con el viento, la orquesta que formamos con los pájaros?”. Imagino también: “¿No sientes mi perfume? Claro, sólo percibes el de las hojas del malvón, el de las flores del tilo o del pino de la otra cuadra después de la tormenta, porque son intensos”.

¿Será que conservo algo de la niña que fui o será que todavía no maduré?

Sea como sea me divierte y no quiero perderlo, por eso sigo saludándolo todas las mañanas, y también envidiándolo en invierno porque detesto el frío. Sufro cuando lo podan por demás y discuto con los operarios. Pero esa es otra historia.

Ana María Corbetta