Viajemos: Un impensado viaje

Violeta Pattarelli, alumna de los talleres de teatro y escritura creativa del Programa Cultural en Barrios, nos relata su viaje a Cuba

Compartir en redes

Siempre quise conocer la Isla de Cuba. Bañarme en sus aguas turquesas, recorrer las calles antiguas de su capital y bailar al ritmo de su música. Pensé -la vida es una sola y debo vivirla sin importar la edad. Un día de enero de este 2020, a mis 79 años, me veo, volando hacia La Habana sobre nubes que casi podía tocar.

Vedado es la zona de bellas y fastuosas residencias. Muchas de ellas pertenecieron a los norteamericanos, antes de la Revolución. La Habana Vieja es distinta; edificios marcados por el paso del tiempo, calles de piedra angostas casi sin veredas y caserones con grandes patios.

Mujeres cubanas, irradiando simpatía, me invitan a vestir sus atuendos tradicionales. Ante su “vamos chica, anímate y muestra a tus amigos que bonita tu quedas” me animo y sí, me gusta!

Insisto al guía para ir a la Bodeguita del Medio por el mejor mojito. Visito la Casa del Gobernador perdiendo la noción del tiempo y al salir ya mi grupo del tour no está. Me han dejado! -Y ahora qué hago? Los busco por los alrededores, sé que irán a la Catedral y, a mi pedido, a la famosa Bodeguita de El Viejo y el Mar de Hemingway.

En la plaza encuentro la Catedral ya cerrada. Llegando a la Bodeguita, escucho a Milton, el guía: -les dije que no perdamos tiempo en buscarla porque la encontraremos aquí. -Cuando llegue la retamos o, mejor, no la dejamos tomar mojito! Tras el reencuentro y ya con mi mojito en mano, un cubano mayor saluda. -Me gusta su alegría, argentina? -No, contesto, uruguaya! Porta la imagen de Zitarrosa en su sombrero. Me dedica un poema en su vieja máquina de escribir y me invita a firmar en las paredes. -Acá estoy, digo, garabateando mi nombre.

El Parque Central luce el monumento a José Martí rodeado de 28 palmeras reales que recuerdan su nacimiento; el Museo Nacional de Bellas Artes, el Hotel Telégrafo y el Teatro Nacional de Cuba Alicia Alonso. El Museo de la Revolución, con sus paredes marcadas por los históricos disparos. La fortaleza del Castillo Real, el Castillo del Moro, el Malecón de Joaquín Sabina...

La noche me encuentra en un restaurant con música en vivo. Maracas en mano me uno al canto y los aplausos me incitan a seguir hasta ganar un premio al entusiasmo. Admiro a los cubanos amables, sinceros y alegres aún con vidas difíciles. Dejo esta Habana contradictoria llena de historias.

Cayo Santa María me recibe y finalmente me encuentro con el mar más transparente. Caminatas y baños de sol. Teatro de verano. Mezcla de edades, sexos, nacionalidades e idiomas.

Somos sólo gente, con ganas de divertirnos y disfrutar del baile al compás de la bella salsa cubana.

Viajo a Varadero ya que uno de mis anhelos de mi viaje es nadar con los delfines. En La Marina me embarco en la lancha tripulada por un simpático capitán y su ayudante Carlos. Mar de olas festejadas en francés, inglés y español. Con el salvavidas colocado, me sumerjo en las aguas. Años soñando con este momento… acariciarlos, dejarme arrastrar por sus suaves aletas, escucharlos hablar a su manera. Sentimientos encontrados de alegría y tristeza. Dejarlos… feliz de estar cumpliendo este añorado deseo a mis 79.

Ya a bordo, al ritmo del son, me animo ante una abuela. -you want to dance? se para, me toma con sus manos y comienza la danza a la que todos se van sumando. Cierre bailado descalzos y brindando por un día maravilloso... Ya en el hotel me despide un coro entusiasta de “Viole, Viole!” correspondo el saludo con un movimiento de sombrero y acepto el comentario de una señora que sonriendo me regala un lindo tener tantos amigos que la quieren.

Mientras me preparo para la cena de despedida recuerdo la tonalidad de voz de esa señora, mezcla de tristeza y soledad… -que no nos pase. Generemos cada día una experiencia, una actividad que nos conecte con la vida. Salgo a la pista a disfrutar de la música culminando este -como dije al principio- impensado viaje.