Hormigas

Texto elaborado por Gisela Ana Canggiani.

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Gastaste $1432 en el terrario que tu hijo te pidió para el proyecto de ciencias.

Buscar la reina madre fue agotador, no sabías que algo así era tan difícil de conseguir, pero obligaste al padre de tu hijo a buscarla a cambio de darle dos fines de semana sin llevarse al nene, para que pueda estar con su noviecita joven y nueva, aún a costa de tu paz mental y de esa cita que tanto tiempo postergaste.

Pero aun así lograste tener ese terrario que tanto quería tu hijo. Al principio fue pura alegría, poner la tierra y las hormigas con cuidado, ver como la hormiga reina ponía los huevos y la colonia iba creciendo.

Esto llevó un tiempo de entusiasmo y vos suponías que como todo iba a declinar el interés de tu hijo, pero no fue así en este caso, algo que te resultó raro y a la vez edificante, por primera vez desde la separación lo veías feliz por algo.

Las hormigas fueron creciendo cada vez más, y un día te diste cuenta en la cocina de una hormiga perdida por allí. Te resultó raro porque el terrario estaba en la habitación de tu hijo y pensaste que quizás venía de otro lado. Cuando la estabas por matar, escuchaste un grito y era tu niño rogándote que no lo hagas. Sonreíste y le diste la hormiga para que ingrese al terrario nuevamente.

A los dos días viste nuevamente hormigas, pero esta vez en el baño, y aunque quisiste matarlas el recuerdo de tu hijo gritando no te dejó, por lo cual seguiste con tu rutina de limpieza de rostro como si nada.

A la semana te diste cuenta cuando limpiabas el cuarto de tu hijo (¡qué suciedad y desorden produce un varón de 10 años!) que una parte del terrario estaba rota: lo notaste cuando una hormiga roja entraba por ahí. Pero vos habías comprado hormigas negras, aunque en ese momento no sospechaste que podía pasar.

Grave error. Eso nos lleva a hoy: el baño tomado por hormigas coloradas, hormigas negras recorriendo las plantas y tomando el azúcar como propio y vos sin saber que hacer. Dejame que te ayude.

Primero intentaste hablar con tu hijo: no querías anular su emoción reciente y su salida de ese enfrascamiento y ostracismo total, por lo cual le sugeriste mudarlas, pero no tuviste éxito. Al contrario, tu hijo se aferró a ese terrario como si el alma se le fuera en ello, como si fuera lo único vivo a su alcance.

Pensaste en darle otro pasatiempo, compraste la pelota de básquet con el aro, pero sólo rebotó dos veces y quedó tirada con los juguetes que usaba de más chico. Lo enviaste a futbol para que salga más de casa y volvía golpeado y enojado porque no le gustaba el deporte.

Entonces en el colegio religioso que va tu hijo empezó con el proceso de catecismo para tomar la comunión, así que lo enviaste (aunque vos no creas en eso, y el padre sea un religioso moralista e hipócrita).

Probaste a escondidas de él echar laurel y vinagre, como repelentes naturales de estos insectos según tu búsqueda en Google, pero no funcionó. Todas las mañanas te tomaban el azúcar, ya habías tirado la miel y ahora amenazaban hasta la pasta dental del baño. Por momento se tornó más difícil: bañarse era estar rodeada de estos insectos que te empezaban a picar.

Esta situación se volvía irrisoria, porque si bien tu hijo estaba saliendo de ese enojo por el divorcio, entendías que tenía que tener un límite, pero sin enojos y sin castigos, ya que querías seguir manteniendo este mínimo de relación que había vuelto con las hormigas: tu hijo ahora te hablaba después de meses de culparte de dejar a su papá (aunque él se fue con cuanta mujer se le cruzó).

Cuando hablaste con él viste su desilusión, pero no estaba furioso (algo había cambiado). Al otro día se acercó con la ¡Biblia! en la mano y te leyó los proverbios donde estos insectos se describían como sabios. Tu cara se fue transformando y recordaste a su padre, sus abuelos paternos, sus idas a ese colegio ultra religioso, el cura que los casó y los bendijo diciendo “hasta que la muerte los separe” pero vos te separaste antes traicionando toda creencia. Sentiste la derrota en tus hombros, pero al mismo tiempo el enfado empezó a tomarte: tu hijo estaba siendo uno de ellos.

Te fuiste a dormir y despertaste con un ligero ardor en la cara: las hormigas estaban ya en tu almohada. Sabías que esto no podía continuar, por lo cual te levantaste decidida a comprar veneno y se lo comunicaste a tu hijo que, en estado de irritabilidad absoluta, te gritó como hacía el padre, te gritó que eras una basura y regalada, que nadie te quería ni te iba a querer nunca. Saliste igual de la casa con lágrimas en los ojos y en la ferretería pediste el veneno más fuerte.

Y así llegamos hasta acá: Tu hijo en el colegio odiándote, vos enojada con tu ex, sus creencias y dudando de si alguna vez alguien te iba a querer.

Mientras tanto las hormigas tomando el control de tu casa y vos siendo una sombra. Abrís el veneno y te das cuenta del olor insoportable que emana. Si lo echás él se va a dar cuenta que las mataste, y vos vas a ser libre de hormigas, pero vas a perder su amor: ¿y si se quiere ir con el padre y no volver?

Si no matas las hormigas, ellas van a seguir tomando la casa, y pronto vas a estar inmersa en un terrario, siendo una soldada que obedece y nada más, dejando tu vida en manos de un niño de diez años, de un hombre que te usó y de una familia que se burla de vos.

Yo puedo ayudarte: Llamá al padre: hacelo ir a tu casa con cualquier excusa. Sabés que él es un mentiroso empedernido, pero aún más un obsesivo de la limpieza. Decile que tenés que verlo porque encontraste revistas pornográficas homosexuales en el cuarto de tu hijo (acordate de tener un par de revistas a mano compradas en el negocio de la calle Corrientes de segunda mano). Eso lo va a enfermar, ¿ya te lo imaginás no? Diciéndole puede que tu hijo sea puto, vas a ser que vuele hasta tu departamento de dos ambientes para indignarse con vos.

Vas a discutir con él, acaloradamente y vas a tirarle un vaso de coca cola en la remera que siempre lleva a tu casa (la remera roja que dice que lo protege de la mala vibra que le das vos). Ya lo conocés después de quince años de convivencia, que no puede tener algo sucio por lo cual se va a sacar la remera mientras te denigra y te llama sucia, y te dice que te comen las hormigas. Resistí, es un plan y tenés que ser fría. Le vas a dar una camisa que se dejó en tu casa, pero la vas a planchar antes, no sea cosa que la lleve arrugada. En ese momento, en el bolsillo meté a la hormiga reina y un par más, para que la colonia de hormigas se vaya con él. Cuando él se retire rápidamente de tu casa, vas a echar el veneno y matar todos esos insectos monstruosos de una vez. Disfrutá este paso, si bien tiene que ser rápido no omitas ser feliz aunque parezca terrible.

Vas a rociar un poco de veneno en la remera del progenitor de tu hijo y vas a dejarla al descuido en la ropa sucia.

Cuando venga tu hijo procurá estar bastante desaliñada, maquillate y correte el maquillaje como si hubieras estado llorando, pellizcate las mejillas para que te queden coloradas y ocultá la euforia que sentís por la casa inmaculada. Escondete un poco como si no quisieras que te vea, pero que note que no estás bien. Tu hijo va a entrar a la casa como todos los días dejando la mochila en el perchero, va a correr a su cuarto a ver su terrario y va a encontrar el mismo vacío. Va a enloquecer, pero antes va a cambiarse la ropa del colegio mientras grita porque los enojos no cambian su rutina. Va a insultarte y decirte que te odia mientras va a dejar el uniforme en el cesto de la ropa sucia. No aflojes, recordá lo superior del plan. Llorá si querés, como para darle más dramatismo a la escena. Él eventualmente va a ver la remera roja y la va a reconocer. Y la olerá, porque ese perfume del veneno es espantoso.

Va a pedir explicaciones, y entre llantos le va a decir que su papá vino a buscarlo, que mató las hormigas (ya sabe cómo es su papá de obsesivo con la limpieza) y que cuando se sacó la remera roja manchada de veneno (mientras la insultaba por dejarle tener esos gustos raros por las hormigas) ella revisó el paquete que tenía el padre de revistas porno, y decidió tirarlas en el tacho para que el señor pueda volver al buen camino.

Vas a pedirle discreción y no hablar del tema, ya que es algo tabú, y mientras enjuagás sus lágrimas ofreciéndole una chocolatada y jugar al básquet, vas a sonreírle al azúcar a escondidas, recordando que esta batalla la ganaste, y que la reina de la casa sos vos y nadie más que vos.


Hormigas, por Gisela Ana Canggiani.