1.
Donde don Quijote protege a Andrés.
La lucha de Don Quijote por la justicia, su vocación por socorrer
a quienes lo necesitan, se hace particularmente evidente en el célebre
episodio de Andrés:
“No había andado mucho, cuando le pareció que a
su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba,
salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba [...],
volviendo las riendas, encaminó a Rocinante hacia donde le pareció
que las voces salían. Y, a pocos pasos que entró por el
bosque, vio atada una yegua a una encina, y atado en otra a un muchacho,
desnudo de medio cuerpo arriba, hasta de edad de quince años,
que era el que las voces daba, y no sin causa, porque le estaba dando
con una pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote
le acompañaba con una reprehensión y consejo. [...]
Y viendo don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo:
—Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender
no se puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza (que
también tenía una lanza arrimada a la encina adonde estaba
arrimada la yegua), que yo os haré conocer ser de cobardes lo
que estáis haciendo.
El labrador, que vio sobre sí aquella figura llena de armas,
blandiendo la lanza sobre su rostro, túvose por muerto, y con
buenas palabras respondió:
—Señor caballero, este muchacho que estoy castigando es
un mi criado que me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo
en estos contornos, el cual es tan descuidado que cada día me
falta una; y, porque castigo su descuido, o bellaquería, dice
que lo hago de miserable, por no pagarle la soldada que le debo, y en
Dios y en mi ánima que miente.
—¿Miente delante de mí, ruin villano? —dijo
don Quijote—. Por el sol que nos alumbra que estoy por pasaros
de parte a parte con esta lanza; pagadle luego sin más replica;
si no, por el Dios que nos rige que os concluya y aniquile en este punto.
Desatadlo luego.
El labrador bajó la cabeza, y, sin responder palabra, desató
a su criado, al cual preguntó don Quijote que cuánto le
debía su amo; él dijo que nueve meses, a siete reales
cada mes. Hizo la cuenta don Quijote y halló que montaban sesenta
y tres reales, y díjole al labrador que al momento los desembolsase,
si no quería morir por ello. Respondió el medroso villano
que para el paso en que estaba y juramento que había hecho (y
aún no había jurado nada), que no eran tantos, porque
se le habían de descontar y recibir en cuenta tres pares de zapatos
que le había dado, y un real de dos sangrías que le habían
hecho estando enfermo.
—Bien está todo eso —replicó don Quijote—;
pero quédense los zapatos y las sangrías por los azotes
que sin culpa le habéis dado; que si él rompió
el cuero de los zapatos que vos pagastes, vos le habéis rompido
el de su cuerpo; y si le sacó el barbero sangre estando enfermo,
vos en sanidad se la habéis sacado; así que, por esta
parte, no os debe nada.
—El daño está, señor caballero, en que no
tengo aquí dineros; véngase Andrés conmigo a mi
casa, que yo se los pagaré un real sobre otro.
—¿Irme yo con él —dijo el muchacho—
más? ¡Mal año, no señor, ni por pienso; porque,
en viéndose solo, me desuelle como a un San Bartolomé!
—No hará tal —replicó don Quijote—;
basta que yo se lo mande para que me tenga respeto; y, con que él
me lo jure por la ley de caballería que ha recebido, le dejaré
ir libre y aseguraré la paga.
—Mire vuestra merced, señor, lo que dice —dijo el
muchacho—; que este mi amo no es caballero, ni ha recebido orden
de caballería alguna; que es Juan Haldudo el rico, el vecino
del Quintanar.
—Importa poco eso —respondió don Quijote—,
que Haldudos puede haber caballeros; cuanto más, que cada uno
es hijo de sus obras.
—Así es verdad — dijo Andrés—; pero
este mi amo, ¿de qué obras es hijo, pues me niega mi soldada,
y mi sudor y trabajo?
—No niego, hermano Andrés —respondió el labrador—,
y hacedme placer de veniros conmigo; que yo juro por todas las órdenes
que de caballerías hay en el mundo de pagaros, como tengo dicho,
un real sobre otro, y aun sahumados.
—Del sahumerio os hago gracia —dijo don Quijote—;
dádselos en reales, que con eso me contento, y mirad que lo cumpláis
como lo habéis jurado; si no, por el mismo juramento os juro
de volver a buscaros y a castigaros, y que os tengo de hallar aunque
os escondáis más que una lagartija. Y, si queréis
saber quien os manda esto para quedar con más veras obligado
a cumplirlo, sabed que yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha,
el desfacedor de agravios y sinrazones, y a Dios quedad; y no se os
parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada.
Y, en diciendo esto, picó a su Rocinante y en breve espacio se
apartó de ellos. Siguiole el labrador con los ojos y, cuando
vio que había traspuesto del bosque y que ya no parecía,
volviose a su criado Andrés, y díjole:
—Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que
os debo, como aquel deshacedor de agravios me dejó mandado.
—Eso juro yo —dijo Andrés—; y ¡cómo
que andará vuestra merced acertado en cumplir el mandamiento
de aquel buen caballero, que mil años viva; que, según
es de valeroso y de buen juez, vive Roque que, si no me paga, que vuelva
y ejecute lo que dijo!
—También lo juro yo —dijo el labrador—, pero,
por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda por acrecentar
la paga.
Y, asiéndole del brazo, le tornó a atar a la encina, donde
le dio tantos azotes que le dejó por muerto.
—Llamad, señor Andrés, ahora —decía
el labrador— al desfacedor de agravios; veréis como no
desface aqueste, aunque creo que no está acabado de hacer, porque
me viene gana de desollaros vivo como vos temíades.
Pero, al fin, le desató y le dio licencia que fuese a buscar
su juez para que ejecutase la pronunciada sentencia. Andrés se
partió algo mohíno, jurando de ir a buscar al valeroso
don Quijote de la Mancha y contarle punto por punto lo que había
pasado, y que se lo había de pagar con las setenas. Pero, con
todo esto, él se partió llorando y su amo se quedó
riendo.”
Quijote, I, IV
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