Y mandó que allí delante de todos se rompiese y abriese la caña. Hízose así, y en el corazón della hallaron escudos en oro. Quedaron todos admirados, y tuvieron a su gobernador por un nuevo Salomón. Preguntáronle de dónde había colegido que en aquella cañaheja estaban aquellos escudos, y respondió que de haberle visto dar el viejo que juraba, a su contrario, aquel báculo en tanto que hacia el juramento, y jurar que se los había dado real y verdaderamente, y que, en acabando de jurar, le tornó a pedir el báculo, le vino a la imaginación que dentro dél estaba la paga de lo que pedían. De donde se podía colegir que los que gobiernan, aunque sean unos tontos, tal vez los encamina Dios en sus juicios; y más, que él había oído contar otro caso como aquel al cura de su lugar, y que él tenía tan gran memoria, que a no olvidársele todo aquello de que quería acordarse, no hubiera tal memoria en toda la ínsula. Finalmente, el un viejo corrido y el otro pagado, se fueron, y los presentes quedaron admirados. Y el que escribía las palabras, hechos y movimientos de Sancho, no acababa de determinarse si le tendría y pondría por tonto o por discreto. [...]
|
Prólogo | Capítulo VIII | Capítulo
XXXIII |
Capítulo LV |
|
| Capítulo I | Capítulo XXX | Capítulo XLV | Capítulo LXI | ||
| Capítulo II | Capítulo XXXI | Capítulo LIII | Capítulo LXXIV |