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Escribir bien

Son muchos los aspectos de la escritura que un autor controla –la información que da, la que sugiere y la que oculta por diversas razones, el orden en que la expone, lo que destaca o resalta, las palabras y el estilo más o menos formal– y la ortografía ocupa un lugar importante entre todos ellos.

La escuela debe proporcionar a los alumnos las herramientas necesarias para ejercer ese control. Con respecto de la ortografía, en la escuela los textos se corrigen; un texto no debe traicionar a su autor, la ortografía colabora para que el lector comprenda, a simple vista, si el autor ha decidido irse de casa o irse de caza.

La ortografía de los textos, pues, se corrige y se trabaja para que los chicos se apropien de los criterios y de las convenciones ortográficas, pero no es sólo la maestra quien toma decisiones, los alumnos participan activamente de la corrección de sus textos.

Para lograr buenas escrituras con buena ortografía, la escuela debe poner los criterios de decisión ortográfica en manos de los chicos y debe trabajar paulatina y sistemáticamente sobre ellos desde los primeros años. En la escuela se instalan las dudas y las certezas que, a veces sin darse cuenta, tienen casi todos los que escriben: uno se pregunta sobre la hache sólo si la palabra empieza con vocal; se pregunta sobre algunas letras y no sobre otras (la eme no es como la ce, la ese o la zeta, por ejemplo) Pero también se pregunta: ¿de dónde viene abertura?, y acude a sus certezas: Viene de abrir y con abrir no quedan dudas... Y ¿televisión?..., ¡como televisor! O relaciona con otra información que también da la escuela: ¿huyó?, de huir, fuggire en italiano, como fugitivo, ¡por vuestra fermosura!, donde hubo efe hay hache. 

Paulatina y sistemáticamente la escuela proporciona las herramientas para pensar la ortografía: ¿con qué palabras “seguras” –como abrir o televisor– se relaciona esta palabra?, ¿de dónde viene?, ¿se puede recurrir a alguna regla?, ¿ayudan otras lenguas de las que tal vez se conocen las palabras de una canción?, ¿ayudan los parentescos entre las palabras –huyó, huir, fuga, fugitivo–? Los parentescos lexicales, la etimología, la ortografía comparada, no deben ser tema sólo de especialistas. 

En algunos casos, el escritor –chico o adulto– no encuentra el criterio que ayuda a tomar la decisión. Pero también la escuela enseña a buscar en el diccionario, y a usar la herramienta ortográfica de la computadora. No se trata de soluciones cómodas; el diccionario exige un interlocutor pensante: ¿qué palabra buscar –el infinitivo, el masculino singular–?, y si se encuentra, por ejemplo, empezar, ¿qué es necesario saber para escribir empiecen? Y a la computadora, por su parte, no se puede “darle la razón” cuando subraya, por ejemplo, pizarrón (que no debe usarse en España) y sugiere reemplazarla por ¡pisaron! 
También en ortografía es necesario activar las posibilidades de preguntarse, relacionar, indagar, averiguar, discutir. Y cuando, después de mucho revisar, se llega a la versión final, al texto terminado, falta un paso: la maestra lo lee y hace la última corrección ortográfica para asegurar, por todos los medios, que la escritura no traicione a su autor.

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