Paseo de Julio - Plaza Mazzini - Plaza Roma

Espacios Públicos

Compartir en redes

Las Alamedas han sido los paseos de la época virreinal americana: para muchas de las nuevas ciudades fueron el primer y, por bastante tiempo, único espacio que se podía relacionar a los de uso público.

Por pedido del Gobernador Cevallos, en 1757 se le encarga al Cabildo la realización de un paseo arbolado en el bajo de la ciudad, desde el fuerte hacia el norte. Para ello, “… hecho traer mil quinientas plantas de sauce para la Alameda que está acordado se haga en la orilla del rio.”

Cevallos convoca al Ingeniero Militar Juan Howel para realizar un proyecto del camino al Riachuelo y la Alameda. El gobernador sucesor, Francisco de Paula Bucarelli y Ursúa, prosiguió en octubre de 1767 con las obras. Se mejoraron los accesos y se ajustaron las pendientes de la barranca que solía verse afectada por las crecientes del Rio de la Plata.

El próximo Gobernador, Juan José de Vértiz y Salcedo continuó con las obras encargando el trabajo al Ingeniero Diego Cardoso. Este gobernante le dará un mayor impulso al paseo en su período como Virrey del Río de la Plata en 1778.

Si bien para esta época no se podría hablar de la Alameda como un paseo consolidado, sino de saucedal (por estar plantada con sauces), luego se le agregaron ombúes y hasta se planeó incluir naranjos. Se deseaba crear un "clima acogedor para quienes pasean a pie a caballo o en carruajes" y desde el primer momento se constituyó en el paseo democrático al que todos concurrían. Su situación privilegiada a la orilla del río, al borde de la barranca, y su cercanía con el puerto, lo convirtieron en la imagen respetable a ofrecerse a los viajeros que arribaban a una ciudad que ambicionaba posicionarse como otras de mayor rango.

En 1846 surge otro proceso de reconstrucción donde se coloca la piedra fundamental para la ampliación del paseo, siendo la madrina Manuelita Rosas. Las ambiciosas obras buscaban embellecer la costa e intentaban contener las aguas del Río de la Plata que, en sus fuertes subidas, llegaba muchas veces hasta la actual calle Balcarce.

Toma entonces el nombre de Encarnación Ezcurra sólo por cinco meses; por decreto del 30 de octubre de 1848, (que anulaba uno anterior del 15 de marzo), pasó a denominarse “Paseo de Julio” al “Paseo de la Rivera”, parte del cual integraba el viejo “Paseo de la Alameda”. El nombre llegó a abarcar las actuales avenidas Leandro Alem, Paseo Colón (así llamado desde 1857) y Libertador, entre la actual calle San Martín y avenida Alvear. Bordeaba la vieja aduana y muelles que serían demolidas al concluirse las obras del Puerto Madero.

En esa plaza, -hoy Plaza Roma- se inauguró en 1875 la estatua de Giuseppe Mazzini, obra del escultor italiano Giuseppe Monteverde, costeada por la colectividad italiana en Argentina. Mazzini era, junto con Garibaldi, una de las figuras emblemáticas de la unità italiana. Para los italianos de la Argentina, era el símbolo del ideal republicano. Frente a su monumento se realizaba una de las ceremonias culminantes de las celebraciones del 20 de septiembre, en que se conmemora el aniversario de la entrada triunfal de Garibaldi en Roma. Los miembros de las asociaciones partían en cuatro columnas desde cuatro esquinas, con un orden preestablecido, y marchaban por las calles de la ciudad hasta llegar a la plaza Mazzini, donde tenía lugar el acto central, con la participación de oradores de las instituciones italianas, y también argentinas.

El monumento de la plaza porteña a Mazzini fue el primero que se le dedicó en el mundo, aún antes que en Italia. Para la obra, el escultor Giulio Monteverde, uno de los maestros de Lola Mora, se basó en un grabado de época en el cual Mazzini luce apoyándose en el respaldo de una silla. Así, lo plasmó el artista.

A lo largo de tres décadas (entre 1868 y 1897) desde la plaza podía verse el tren y el tranvía que servía exclusivamente a los pasajeros del ferrocarril central, en su paso de ida y vuelta a la Estación del Norte (hoy Retiro).

El Paseo de Julio, era para el año 1900, “un boulevard en la verdadera acepción de la palabra. Tiene jardines en el centro y dos calles que se prolongan paralelas a aquellos con vías de tranvías a trolley y de tracción a sangre e iluminados a luz eléctrica. Los jardines se extienden desde el Palacio de Gobierno hasta la calle de Charcas, y están unidos a la plaza de Mazzini, que se encuentra a la altura de la calle de General Lavalle.”

Por detrás de la plaza, donde antes estaba el río, a fines del siglo XIX se habilitaron los diques 3 y 4 del puerto Madero para entrada y salida de buques de pasajeros. Por allí llegaban los inmigrantes. Apenas iniciado el siglo, también salían por ahí, echados a consecuencia de la ley de Residencia de 1902.

El 27 de marzo de 1961, por Ordenanza se le impuso el nombre de Plaza Roma.

El paseo de Julio

Juro que no por deliberación he vuelto a la calle
de alta recova repetida como un espejo,
de parrillas con la trenza de carne de los
Corrales,
de prostitución encubierta por lo más distinto:
la música.

Puerto mutilado sin mar, encajonada racha
salobre,
resaca que te adheriste a la tierra: Paseo de
Julio,
aunque recuerdos míos, antiguos hasta la
ternura, te saben,
nunca te sentí patria.

Sólo poseo de ti una deslumbrada ignorancia,
una insegura propiedad como la de los pájaros
en el aire,
pero mi verso es de interrogación y de prueba
y para obedecer lo entrevisto.

Barrio con lucidez de pesadilla al pie de los
otros,
tus espejos curvos denuncian el lado de fealdad
de las caras,
tu noche calentada en lupanares pende de la
ciudad.

Eres la perdición fraguándose un mundo
con los reflejos y las deformaciones de éste; sufres de
caos, adoleces de irrealidad,
te empeñas en jugar con naipes raspados a la vida;
tu alcohol mueve peleas,
tus griegas manosean envidiosos libros de magia.

¿Será porque el infierno es vacío
que es espuria tu misma fauna de monstruos
y la sirena prometida por ese cartel es muerta y de
cera?

Tienes la inocencia terrible
de la resignación, del amanecer, del conocimiento,
por los días del destino
y que ya blanco de muchas luces, ya nadie,
sólo codicia lo presente, lo actual, como los hombres
viejos.

Detrás de los paredones de mi suburbio, los duros
carros rezarán con varas en alto a su imposible dios
de hierro y de polvo,
pero, ¿qué dios, que ídolo, que veneración la tuya,
Paseo de Julio?

Tu vida pacta con la muerte;
toda felicidad, con sólo existir, te es adversa.

Jorge Luis Borges Cuaderno de San Martín (1929)