Sala II

De mujeres a la moda a “niñas mamá”

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Entre 1860 y 1890, las poupées mannequin o fashion dolls fueron las encargadas de transmitir a las niñas el modelo femenino a seguir. Esbeltas y bellas, con sus cabezas y extremidades de biscuit y sus cuerpos articulados de madera, luego de cabritilla, acompañadas de complejos vestuarios y accesorios para toda ocasión, las muñecas modelo, tanto fueran producidas en Alemania como en Francia, se constituyeron en las embajadoras de la moda francesa, ideal estético de la alta costura a nivel mundial. Por entonces, comenzó a circular una publicación destinada a las pequeñas abonadas, réplica de las revistas de moda ilustrada, bajo el título del Journal des Poupées y que ofrecía ilustraciones, moldes y consejos de temporada para las niñas y sus muñecas.

François Gaultier para L. Doléac & Cie. y François Gaultier. Conjunto de Fashion dolls. París, Francia ca. 1880. Vestidos confeccionados con telas de época. Foto: Mariana Cullen y Diego Emanuel González (MIFB).

Si por primera vez los grandes modistos tuvieron nombre y apellido gracias a Charles Frederick Worth, en el mundo de las muñecas, firmas alemanas y francesas también se hicieron famosas mientras competían por liderar en calidad, vanguardia e ingenio: Adélaïde Calixte Huret, François Gaultier, León Casimir Bru y, por supuesto, el gran innovador,*** Pierre François Jumeau***. Hacia 1870, Jumeau y su hijo Emîle dejaron de importar cabezas alemanas de porcelana o de cera inglesas y abrieron su propia fábrica en las afueras de París: la Maison Jumeau. Sus Bébés rápidamente se constituyeron en un éxito de ventas. Lucían como niños entre dos a cinco años, llevaban ropas infantiles, y la verosimilitud de sus ojos de sulfuro les otorgaba una gran expresividad. Su naturalismo se acentuaba por las orejas aplicadas, la inserción de dientes de porcelana y por los cuerpos de madera y pasta de composición, ensamblados y articulados mediante esferas que les conferían una movilidad más apta para el juego.

Conjunto de muñecas de la Maison Jumeau (Pierre y Émile Jumeau). París, Francia. Foto: Mariana Cullen y Diego Emanuel González (MIFB).

Por siglos, los relojeros franceses tuvieron una larga tradición como fabricantes de cajas musicales y curiosas máquinas a cuerda, conocidas como autómatas, con las que recorrieron cortes, pueblos y ferias. Era de esperar que aquellos saberes no fueran desaprovechados a la hora de fabricar muñecas. La Maison Jumeau no demoró en incorporar a su producción los adelantos fonográficos o los sistemas de cajas musicales con discos metálicos perforados en el interior de sus muñecas. También tentaron otras variedades de automatismo, como las muñecas que bailan, como las diseñadas por Leopold Lambert para esa misma firma. Al relojero francés Jules Nicholas Steiner, en su faceta de maestro juguetero, le debemos, entre otras, la muñeca Gigoteur o Kicking doll, ya que podía llorar, berrear y patalear, al mover sus brazos.

Schoneau & Hoffmeister. Caja musical con autómatas. Trajes originales. El mecanismo oculto en la base funciona a manivela. Alemania, 1901-1930. Foto: Mariana Cullen y Diego Emanuel González (MIFB).

Otro tanto podríamos decir de diversas firmas jugueteras alemanas como Kämmer & Reinhardt, Armand Marseille o Simon & Halbig, quienes produjeron modelos de muñecas que caminaban, movían la cabeza y “flirteaban” con sus ojitos pícaros de movimiento horizontal. También, los populares Marottes, cuya cabeza de porcelana, fabricada por Schoneau & Hoffmeister, se acoplaba a una caja de música inserta en un palo y generaba una melodía con sólo hacerla girar. Hacia 1890, Carl Bergner patentaba una peculiar muñeca de tres caras. El ingenioso mecanismo consistía en un cuerpo de cartón forrado y rígido que, en su centro, albergaba un eje de alambre. La cabeza tenía tres caras, dos de ellas quedaban ocultas bajo una capucha rígida y la expresión de la muñeca alternaba de sonriente a llorosa y luego dormida, al accionar una perilla que giraba sobre el eje de alambre central.

Carl Bergner. Conjunto de Muñecas de tres caras, durmiendo, sonriendo y llorando. Alemania, ca. 1904-1905. Foto: Mariana Cullen y Diego Emanuel González (MIFB).

El cambio de estado de soltera a casada definía los límites de la infancia, por tanto se era niña hasta tanto el matrimonio no transformara a las niñas en mujer. Con el comienzo del siglo XX, nuevas luces surgían en el ámbito germano a través de ciencias que experimentalmente observaban a los niños como particular objeto de estudio. La puericultura, la pediatría y el psicoanálisis hacían foco sobre la niñez y las muñecas podían ser el complemento formativo en las prácticas de juego femeninas, el instrumento para adquirir los saberes necesarios para el futuro, y la delimitación de los espacios propios de la mujer: la costura, la cocina, la maternidad y la educación. Las “pequeñas mamás” contarían con todos los accesorios para la crianza de sus bebés y, para ello, fue fundamental crear un muñeco que luciera como tal. Así nacieron los bebés de carácter, réplica exacta de un niño de meses, con sus gestos y actitudes, con sus extremidades curvadas adosadas a un cuerpo flexible, con sus ojos durmientes al recostarlo y con el cambio en la dirección de la mirada según la posición de la muñeca. En muchas ocasiones estos bebés de carácter fueron el vivo retrato de los nietos del juguetero, como lo hizo la iniciadora de esta tendencia, la firma Kämmer & Reinhardt. El éxito rotundo de esta estética naturalista marcó el camino para otros maestros alemanes como Simon & Helbig, Armand Marseille, Kestner, Handwerck, entre otros, quienes ampliaron las expectativas hacia toques de exotismo propios del período, retratando notablemente las diversas etnias como niños africanos, asiáticos y polinesios o, simplemente, creando bebés de carácter en porcelana pintada en negro. Para 1920, el naturalismo se acrecentó mediante la utilización de cuerpos de tela rellenos, facilitando la manipulación del juguete por parte de las niñas.

Conjunto de bebés de carácter de fabricación alemana. Cabezas de porcelana sin esmaltar (biscuit), 1890-1935. Foto: Mariana Cullen y Diego Emanuel González (MIFB).