Una mañana cualquier alrededor del ícono arquitectónico y cultural de esta porción del barrio que orgullosamente se autodenomina “república” -privilegio compartido con Mataderos-, el panorama se revela así. Sobre Caffarena, en la vereda de enfrente está el restaurante más famoso de esta zona de la Ciudad. “El Obrero”, un bodegón típicamente porteño ennoblecido por ilustres visitas -del presidente Macri a los U2-, cientos de cuadros que en su mayoría revelan pasión azul y oro, y una clientela fiel que llega en buses turísticos y autos de alta gama, se distingue fácilmente con su cartel de una Coca Cola a 5 centavos de dólar y su aura de lugar histórico.
Juan Manuel es el joven encargado del negocio y mientras prepara la logística del día, cuenta que la actividad cultural de la Usina aporta “más movimiento, un poco más de tránsito” y claro, algunos comensales más. “Pero no te creas que mucho más. Estamos acá desde 1958 y el restaurante ya era famoso”, agrega con lógica y una pizca (natural) de soberbia. Es el primero de los testimonios que discurren sobre los beneficios de tener un centro cultural de primer nivel mundial a metros de distancia.