Periódico Plural

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Pablo Da Silveira

Es uruguayo, nacido en Montevideo. Es doctor en Filosofía por la Universidad de Lovaina (Bélgica). Actualmente, es profesor de Filosofía Política y director del Programa de Gobierno de la Educación en la Universidad Católica del Uruguay, institución en la que se desempeñó como vicerrector académico hasta 2006. También es columnista del diario El País de Montevideo y miembro del consejo de redacción. Publicó La Segunda Reforma (1995), Historias de Filósofos (Aguilar, 1997), Política & tiempo (Taurus, 2000), Diálogo sobre el liberalismo (Taurus, 2001, en colaboración con Ramón Díaz), John Rawls y la justicia distributiva (2003), Cómo ganar discusiones. Una introducción a la teoría de la argumentación (Taurus, 2004) y Padres, maestros y políticos (Taurus, 2009).

¿Qué es el «gobierno de la educación»?

Significa un cambio de perspectiva. La educación es el resultado de decisiones que se tomaron en el siglo xix. En esa época, se unieron dos cosas que hoy no hay por qué unir. Una es el gobierno de la educación: el conjunto de las decisiones que la sociedad toma respecto a la educación de las nuevas generaciones, los objetivos, los recursos, la evaluación, qué cosas van a establecer como obligaciones para los ciudadanos y cuáles van a ser de libre elección de cada uno. La otra es la gestión cotidiana del sistema educativo: reclutar docentes, organizar grupos, construir escuelas, comprar materiales, los calendarios escolares. Los reformadores del siglo xix consiguieron un Estado que gobernaba y al mismo tiempo gestionaba el sistema educativo. Creo que estamos en un momento de agotamiento de ese viejo modelo; la mejor prueba de ello es que todos están insatisfechos: los docentes; los padres –por la educación que reciben sus hijos–; los alumnos –ellos no saben por qué están ahí–; los políticos –estos reciben continuamente reclamos–. Después de 150 años, es claro que el Estado debe desempeñar un papel importante en el gobierno de la educación, pero también que ha resultado ser un mal administrador de escuelas..

¿La escuela, ¿no acompañó el cambio social?

Exacto, la sociedad actual no tiene nada que ver con aquella en la que se pensaron las bases de este sistema, pero nunca hemos revisado esas bases. El diseño original no era malo, era muy adecuado a las condiciones en las que se realizó, pero esas condiciones ya no existen. Por ejemplo, la maestra era casi el único canal por el cual los chicos recibían información, ¡no existía la radio! Eso cambió radicalmente. En el medio, hubo dos guerras mundiales, nació la electrónica, la informática, la gran revolución cultural en los años sesenta, la internet. Sería un milagro que algo creado en el siglo xix siguiera vigente. Además, el sistema aquel suponía que los padres no tenían, en su mayoría, capacidad de formarse un juicio sobre cómo funcionaba la escuela –la mayoría no había ido a una–, pero hoy día muchos padres cuentan con una gran historia de escolarización personal. Esos padres sí pueden establecer juicios sobre la educación de sus hijos.

Hoy se trata de pensar la diversidad; ¿cómo se compatibiliza con la tendencia a la homogeneización de los sistemas tradicionales?

En ese entonces, la diversidad era un problema por solucionar. Hoy es vista como consecuencia natural del ejercicio de la libertad y una fuente de riqueza. Una vez que las sociedades democráticas reconocieron la inmensa diversidad interna que tenían, se abren oportunidades para la coexistencia de distintas maneras de ver las cosas, desde los enfoques pedagógicos hasta el calendario escolar. Ese cambio de óptica reclama otro tipo de soluciones o alternativas. Las de mayor potencial innovador y transformador tienden por un lado a redefinir las formas de intervención del Estado; por otro, a descentralizar profundamente no solo el aspecto administrativo, sino también el pedagógico y, por último, a incorporar un fuerte componente de libre elección para los padres y para las comunidades educativas. Esto nos lleva a sistemas educativos donde coexisten diversas maneras de pensar la educación. Necesitamos diversidad de métodos, de maneras de organizarnos, pero hay que mantener el conjunto de objetivos comunes. Hay que evitar que haya ciudadanos clase A y ciudadanos clase B.

«Necesitamos diversidad de métodos, de maneras de organizarnos, pero mantener el conjunto de objetivos comunes. Hay que evitar que haya ciudadanos clase A y ciudadanos clase B».

¿Cómo se conjuga la igualdad y libertad de elección?

El concepto clave es el de igualdad de oportunidades. La libertad de elección, ¿puede ser un instrumento que favorezca la igualdad de oportunidades? Pensar que algunos pueden no tener herramientas suficientes para elegir bien es el mismo argumento que se usaba para negarles el voto a las mujeres. Pero no era que las mujeres no votaban porque no sabían hacerlo. No sabían hacerlo... ¡porque no las dejábamos votar! Hoy es impensable que no lo hagan. Todo padre que está en condiciones de elegir qué educación brindar a su hijo prefiere tomar por sí mismo esa decisión. Hoy la desigualdad consiste en que unos puedan elegir y otros no, y los que pueden elegir son los que tienen plata. Pensar que porque son pobres no van a ser capaces de elegir bien es un tipo de razonamiento muy descalificante. En términos relativos, la gente de menores ingresos hace más esfuerzos para mejorar su situación social. A elegir se aprende muy rápido; hay que crear las condiciones para que puedan hacerlo

 

¿Cuál es el rol que le corresponde al Estado?

Uno es el financiamiento, es una de las cosas que no hay que descentralizar porque el resultado es que las zonas ricas tienen escuelas ricas, y las pobres tienen escuelas pobres. Segundo, el Estado tiene que construir un piso de exigencias mínimas que asegure que las opciones educativas a disposición de los padres son valederas. Tercero, fijar objetivos de aprendizaje mínimos para todos y evaluar para verificar que esos objetivos se cumplan. Todo lo demás queda en manos de la comunidad educativa. Tomar los recursos que otorga el Estado y decidir cómo administrarlos para alcanzar los objetivos y en lo posible superarlos. Se ha demostrado que las escuelas que mejor consiguen construir conocimiento son aquellas que funcionan como comunidad educativa. Eso supone que están en manos de equipos que se han reclutado a sí mismos y creen en una manera de hacer las cosas porque están comprometidos, donde cada uno se siente partícipe del proyecto.

«Todo padre que está en condiciones de elegir qué educación brindar a su hijo prefiere tomar por sí mismo esa decisión. Hoy la desigualdad consiste en que unos puedan elegir y otros no, y los que pueden elegir son los que tienen plata. Pensar que porque son pobres no van a ser capaces de elegir bien es un tipo de razonamiento muy descalificante».

¿Cómo se afronta un cambio tan importante?

Estamos comenzando a tomar conciencia de la necesidad de un cambio. Hay que desdramatizar la búsqueda de alternativas a esta crisis. No traicionamos a Sarmiento ni hacemos detonar las bases del sistema democrático si lo hacemos. Estamos haciendo lo que haría Sarmiento: proponerse objetivos ambiciosos, ver qué no funciona para alcanzarlos e introducir todo lo que sea necesario para llegar a ese nuevo destino. Traicionarlo sería limitarse a repetir compulsivamente lo que él hizo.

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