Periódico Plural

editorial
mariano

La primera vez que me dirigí a ustedes por medio de estos editoriales lo hice con estas palabras: «mañana es mejor». Quise entonces sugerir que entre las añoranzas de pasados gloriosos y la confianza puesta en los proyectos para el futuro, optábamos siempre por la segunda alternativa. Todo estaba por hacerse y había muchísimas ideas prestas a ser convertidas en hechos. Finalizando un nuevo ciclo, quisiera hacer un breve balance acerca de aquel mañana que ya se ha convertido en hoy.

Lo más importante que vale la pena decir es que estamos haciendo. La gestión nunca se detiene, y sus ritmos dan poco tiempo, demandan reflejos rápidos. Y hacer –asumiendo la responsabilidad del Estado– es una decisión que además se toma a costa de muchos riesgos, especialmente el de equivocarnos, que en la arena política pocos asumen. Hacer, superando las posiciones retóricas y dando debate en serio, discutiendo las políticas públicas para producir realidad, y no como formas de litigar con adversarios.

Ahora bien, en toda esfera del orden público, hay algún grado de disociación entre la estrategia del discurso y el poder de los hechos. Quienes llevan muchos años «haciendo política» saben que los grandes asuntos sobre los que se decide pensando en la gente son, además, objeto de una minuciosa política de comunicación que se elabora considerando su incidencia en el equilibrio de poderes del momento. Y las contiendas se despliegan muchas veces sobre la base de asuntos cuya relevancia se mide meramente por la fuerza mediática que logre adquirir, sin demasiada relación con el impacto que las políticas tengan en la calidad de la educación a largo plazo.

En ese contexto, hay dos posibilidades: se puede optar por gestionar pensando en los debates mediáticos o por mejorar lo que se puede mejorar en el sistema educativo, pero no hay tiempo ni energía para ambas cosas. Históricamente el sistema político argentino alentó implícitamente y premió con éxitos y triunfos electorales la primera opción y, para los que escogen la segunda, reservó destinos menos prometedores. En cada sistema consolidado, quien se arriesga a subvertir los valores esenciales, habrá de enfrentarse a las consecuencias. Y nosotros decidimos hacer, sin importar las consecuencias.

Nos hemos dedicado de lleno a cosas tan «pasadas de moda» como fomentar el genuino compromiso con la enseñanza y el aprendizaje en la escuela, repensar el lugar de las familias, garantizar el acceso universal a los libros de texto, fomentar la formación de bibliotecas personales o jerarquizar las escuelas públicas por medio de una nueva oferta de idiomas y de la informática. Algunos de los logros de esta primera etapa son experiencias de política educativa inéditas –no solo en Buenos Aires, sino en toda América Latina– que ya han tenido repercusión positiva en diversos foros internacionales. Sencillamente porque mejoran en forma sustentable la calidad de la educación.

Por todo esto, quiero agradecer profundamente a los educadores que educan, a las familias que se alían con los educadores y a todos los que defienden a las escuelas públicas inscribiendo en ellas sus anhelos y sus expectativas, pero también a sus hijos. Y claro, mañana sigue siendo mejor. Siempre lo será, porque en eso consiste la utopía. Mientras tanto –y el mientras tanto es nuestra vida–, la propuesta es sencilla: seguir haciendo.

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