Por: Oliverio Coelho Nació en Buenos Aires, en 1977. Es el autor de La víctima y los sueños (una nouvelle publicada en 2002) y de las novelas Tierra de vigilia (2000), Los invertebrables (2003), Borneo (2004), Promesas naturales (2006) e Ida (2008). |
No me propuse escribir un libro de cuentos. Escribí cuentos antes de escribir novelas y, de algún modo, ante la acumulación de relatos, siempre intuí la imposibilidad de editarlos en un volumen. Algo les faltaba. Un libro de cuentos no podía ser informe. Pensaba que con publicarlos en revistas alcanzaba... pero, ante la posibilidad de editar un volumen de cuentos, cambié de opinión: decidí trabajar retrospectivamente las problemáticas de mis relatos. Ubicarlas y aclararlas. Y descubrí que muchos mantenían un hilo común, no solo entre sí, sino con las novelas que había escrito en aquella época: era como si los cuentos hubieran servido de campo de prueba. De algún modo, mi trabajo fue parecido al de un editor: seleccionar, poner orden en los relatos. Y comunicarlos de tal manera que formasen un libro.
En un libro de cuentos, también puede ponerse en juego un universo literario pensado como bloque o como unidad literaria. No era mi intención que cada cuento fuera un episodio –como puede serlo un capítulo en una novela–, pero sí me propuse que las historias de hombres solitarios dialogaran entre sí. Es decir, que existiera una tensión entre los relatos y que estos pudieran transmitir algo que –durante años– me había interesado al escribir: «hombres desamparados ante el lado femenino». Hombres para los cuales lo femenino es una vía de escape de un mundo sin dioses y que, sin embargo, conspiran o atentan contra su deseo para seguir atados a una soledad animista. |
Creo que para volver verosímiles a estos hombres y, por ende a sus historias, tuve que, por un lado, en los relatos en primera persona, restringir al máximo los recursos y adecuar el lenguaje a la excentricidad y a la alienación que mis criaturas presentaban. Por otro lado, en la etapa de selección y corrección, tuve que despejar de lugares comunes el problema de la intimidad masculina, para que no fuera un problema fisiológico y pueril, sino una afección metafísica, como la fe.
Hay quienes buscan a Dios y quienes buscan el amor. Los personajes de Parte doméstico pertenecen a este último grupo. La diferencia reside en que prefieren buscar; y no, encontrar. Son, en definitiva, perdedores empedernidos: héroes que todavía nos reserva la ciudad.