Periódico Plural

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Miradas

Paula Viturro. Abogada, investigadora y docente. Coordina el Área de Tecnologías de Género del Centro Cultural Ricardo Rojas. Junto a Claudio Martyniuk, dirige el grupo de investigación «Narración y representación de los cuerpos y de la violencia» de la UBA. Integró el grupo de investigación «Los hechos sociales a través de la literatura». En 2003, organizó el Primer Foro Latinoamericano «Cuerpos Ineludibles. Diálogo a partir de las sexualidades en América Latina». Junto a Josefina Fernández y a Mónica D’Uva, compiló la obra Cuerpos Ineludibles. Un diálogo a partir de las sexualidades en América Latina (2004).

¿Qué es el género?

Se habla del género como todo el sistema normativo que se nos impondría a nivel social en virtud de tener un cuerpo, pero este pensamiento comparte la descripción de los cuerpos con las concepciones modernas de la bioanatomía como también varios presupuestos: diferenciar sexo y género presupone una diferencia tajante entre lo que sería el mundo de la naturaleza y el mundo de la cultura. El sexo entonces quedaría del lado de lo natural, y el género, del lado de lo cultural; todo lo que después se diga del género como una variable cultural, por lo tanto posible de modificar, presupone este modelo y no pone en cuestión la propia diferencia naturaleza-cultura. Porque todos los relatos que manejamos acerca de la naturaleza y acerca de los cuerpos son discursos construidos científicamente. En ese sentido, la anatomía o la medicina moderna están construyendo nuestra forma de pensar los cuerpos. Pero hay una corriente de pensamiento contemporánea que cuestiona la existencia de universos naturales en los que no podemos intervenir, y universos culturales en los que sí. Estas nuevas corrientes impugnan la clasificación de los cuerpos y todo lo que esto conlleva.

¿Existe la perspectiva de género?

Mi posición, probablemente minoritaria, es que no existe la perspectiva de género. En general, para cualquier grupo que intenta visualizar a otro que es discriminado, la primera premisa política es buscar un sujeto por representar, que es el que no tendría voz. Entonces, se busca una clave en virtud de la cual ese sujeto se defina (el cuerpo, la forma de pensar, la opresión común); rasgos que se postulan como universales porque es la única forma de poder definir a todo el colectivo. Cuando se habla de introducir la perspectiva de género, lo que se estaría diciendo es introducir la voz, la mirada o la forma de pensar de un segmento que se supone que no estaría siendo representado. Ahora bien, esto tiene ciertos problemas: tiende a instaurar el punto de vista de este sujeto nuevo como un punto de vista estático –ontologizado, dicho con un término filosófico–. Entonces, así como en la modernidad el sujeto se presupone universal, las mujeres seríamos un nuevo sujeto que le agregaría una faceta a esta mirada. Esta forma de entender el género reproduce todos los problemas que tiene el modelo que impugna. Creer que existe un rasgo universalizante termina borrando diferencias que son constitutivas de la experiencia de ser mujer: no es lo mismo ser negra, lesbiana y pobre que ser blanca de clase media en un espacio urbano o ser campesina en Santiago del Estero y tener quince hijos.

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¿Cómo creés que se debería abordar el género?

Hay que abordar el género como un sistema normativo que llegue a interpelar aun el mundo de lo material, de lo biológico y de los cuerpos. No me refiero a las normas jurídicas, sino a que el género, como dispositivo o como categoría, representa un sistema normativo. El género no es un rasgo que a mí se me impone en virtud de un cuerpo, sino que esa forma de imposición del género se hace a través de un sistema sumamente complejo de normativas que tenemos que cumplir. Cuando una mujer se viste de una determinada manera o de otra, o cuando un hombre se presenta de una manera u otra, lo que están encarnando son normas de género. Funciona como un sistema que regula los cuerpos, las sexualidades, las ganas, las prácticas, y así se define si son aceptables o no, si son normales o no.

¿Cómo se reproduce este sistema normativo?

El sistema de derecho, por ejemplo, es un sistema en el que se reproducen estas normativas más automáticamente, a tal punto que presupone la existencia de dos sexos como un atributo de la personalidad. Presupone que cualquier persona tiene un domicilio –una ficción fuerte en un contexto de pobreza y exclusión–, presupone el nombre y también el sexo. Existe una noción de persona ligada a una noción de sexo, y esto se marca en los documentos formales. Pero hay otros rasgos que no se marcan, como la clase social o la pertenencia étnica. El sexo, en cambio, es una marca documental. La medicina también es una disciplina que reproduce esta normativa de género.

¿Qué papel tiene la escuela en estas reproducciones?

Podríamos pensarlo desde la teoría de Foucault sobre la normatividad impuesta o sobre las técnicas de disciplinamiento individuales sobre los cuerpos, que establecen instituciones, como la educativa, desde la forma de sentarse o la forma de ordenar un aula, hasta un orden espacial del discurso; hay uno que habla, y un conjunto que escucha. Pensar, por ejemplo, en la sala de un jardín y en las disposiciones que existen para que los chicos jueguen; existe una actitud esperada. Respecto de la escuela media, existe una creencia, según la cual los varones serían más idóneos para las escuelas técnicas, y las mujeres para los bachilleratos. Judith Buttler cuenta una anécdota en su libro Deshacer el género, que explica muy bien cómo el género funciona desde el momento en el que nacemos: «Nunca la partera dice: “nació una travesti”». Y esa asignación de género es ratificada rápidamente desde las formas más obvias, desde el osito, la ropita, el chupete, el celeste, el rosa...

La escuela, ¿puede cumplir un rol transformador de esta normativa?

No tengo grandes expectativas en las instituciones; creo que tienen una lógica que supera los voluntarismos individuales. Sí creo que pueden tener una organización mejor que otra, donde se minimicen los daños. Creo que existen formas de enseñar más democráticas que otras, menos violentas, menos represivas. También uno debería preguntarse si es la escuela quien tiene que fomentar las prácticas libertarias en relación con el cuerpo.

Y el abordaje desde la escuela, ¿debería ser transversal o no?

Esa es una discusión histórica de los estudios de género: si deberían ser transversales a todas las disciplinas, o si debería existir un departamento o un área específica. Creo que las dos cosas son problemáticas. Por un lado, si existiera un departamento específico, solo accederían a él quienes supuestamente son amigables con ese tema; pero si es transversal, se corre el riesgo de que se licue.

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¿Cuál es tu posición al respecto?

Creo que la existencia de un lugar específico es bueno porque le da cierta visibilidad y cierto anclaje institucional que, de otra forma, no los tendría. El objetivo esencial de esos lugares centralizados debería ser el generar mecanismos para que ese saber que se trabaja en la institución se convierta en algo transversal. Considero que el principal punto de agenda es que se contagie, que se expanda, que se sumen otras y otros.

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