Periódico Plural

Leandro Avalos
Liliana Bodoc. Nació en Santa Fe, en 1958. Estudió Literaturas Modernas en la Universidad Nacional de Cuyo (UNCU), se dedicó a la docencia y a su Taller de Narrativa. Publicó, entre otros, las novelas Los días del fuego (2004), Los días de la Sombra (2002), Los días del Venado (2000); los cuentos de Sucedió en Colores (2004) y la novela Juvenil Diciembre Super Álbum (2003).

El modelo de tragedia clásica siempre me resultó conmovedor y eficaz. Mi intención –a la hora de decidir esta novela– fue respetar sus características primarias: unidades dramáticas, fatalidad, máscaras y coturnos... Sin embargo, hay una regla que –como mandan los tiempos y los nuevos maestros– no pude ni quise respetar. Me refiero a la condición de nobleza que distingue a los protagonistas del género aristotélico. Presagio de carnaval es una breve tragedia de parias. Una breve y urbana tragedia transitada por gente de poca monta y con muchos piojos. Sabino Colque, un boliviano metido a yuyero. Mijaíl, un mínimo vendedor de cocaína... En la escritura literaria, el desafío que más me apasiona es darle voz y verosimilitud al «otro», al que no se cuenta entre la gente cotidiana y familiar. El que piensa, habla, sueña y come de otra manera. Y tengo la sensación de que, en estos casos, lo menos aconsejable es la «copia fiel»; procedimiento que, fácilmente, produce caricaturas.

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El protagonista de esta novela –digamos su Edipo– es un yuyero de Tarabuco, nieto de sanadores. Un hombre que todavía saluda al sol todos los días. Y cree, con sinceridad, que el carnaval es una instancia sagrada donde todo es posible. ¿Cómo acercarme a él sin parodiarlo? ¿Cómo contar lo que no es de mi estricta pertenencia cultural y, sin embargo, me atraviesa y me interpela? Para hacerlo, elegí atenerme a los preceptos de los poetas aztecas de la Flor y el Canto: mentir para decir la verdad. Tal es uno de los pilares de un Arte Poética sorprendente. Ellos decían esto: El alfarero es un artista porque le enseña a mentir al barro. Una vasija es una mentira del barro, pero, siéndolo, nos muestra el verdadero rostro de la tierra. Parece ser que, en materia artística, nada se respeta tanto como lo que se tergiversa. Y nada remite a la verdad tanto como la invención, siempre que esa invención esté sustentada en algo así como «una música esencial». Adscribo a esta idea y trabajo en este sentido. Presagio de carnaval, una tragedia de miserables, es otro intento.