Periódico Plural

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Michèle Petit antropóloga francesa. Ha realizado también estudios de sociología, de psicoanálisis y de lenguas orientales. Es investigadora del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia y pertenece al Laboratorio de Dinámicas Sociales y Recomposición de los Espacios. Desde hace más de quince años, se dedica a la investigación de la lectura privilegiando la experiencia íntima y única de los lectores. Investigó el papel de la lectura en la construcción del ser especialmente en lugares que atraviesan crisis. Publicó Lecturas: del espacio íntimo al espacio público, Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura y numerosos artículos especializados. De visita en Buenos Aires, presentó su último libro, El arte de la lectura en tiempos de crisis, y participó del Encuentro Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip).

En su vida, ¿cómo llega a ser un tema de investigación la lectura?

Es un recuerdo de niña; mis padres eran muy lectores. Veo a mi madre leyendo, levantando la cabeza y poniendo la mirada en un lugar lejos de mí. Estoy a la puerta de un mundo al cual no tengo acceso. Tal vez para adentrarme en ese misterio, me acerqué a los libros cuando era niña y quizá por eso, me convertí muchos años después en antropóloga de la lectura. Mis preocupaciones infantiles se transformaron en temas de investigación.

Es un lugar común hablar de la «crisis de la lectura»; su mirada propone la lectura en tiempos de crisis, ¿por qué?

Los propios lectores fueron los que me suscitaron los temas de investigación. Mi interés se centra en la experiencia propia de esos lectores en contextos donde no es fácil el acceso a la cultura escrita. Escuchándolos –primero en Francia en medios urbanos marginales o en el medio rural– me impactó su evocación, espontánea y detallada, de lo importante que habían sido los encuentros con los libros, incluso si no eran frecuentes, para construir sentido, para construirse a sí mismos o reconstruirse en la adversidad. Es la función reparadora de la lectura. Después tuve la suerte de ser muy bien recibida en América Latina y de estudiar experiencias desarrolladas en contextos críticos, llevadas a cabo por diversos mediadores: bibliotecarios, trabajadores sociales, psicólogos, maestros, que tratan de abrir espacios con lecturas y otras artes, a niños, adolescentes y adultos que han vivido cosas muy duras. Estas dos vivencias hicieron que yo me decidiera a estudiar ese arte de la lectura en tiempos de crisis.

¿Qué observó de ese arte en los mediadores?

No me refiero a cualquier mediación de lectura, sino a experiencias en contextos difíciles –pobreza, marginación, violencia, militarización– a cargo de gente capacitada. Observé que realmente tenían un «arte de la mediación», muy pensada e inspirada, con inventiva, con imaginación, con intuición –todo eso conjugado–, lo cual daba lugar a situaciones irrepetibles, singulares. Son experiencias colectivas de lectura, pero en las cuales, cada uno es considerado un sujeto singular.

Respecto a su metodología, ¿por qué elige tener en cuenta las experiencias singulares?

Surge por mi formación intelectual y personal, en el encuentro con el psicoanálisis. Me di cuenta de que, incluso, si estamos determinados por cuestiones sociales y familiares, cada uno, sin embargo, es singular. Me atrae ver cómo cada uno inventa su propio camino, a pesar de todo.

¿Cómo se hace posible esa reconstrucción?

Es válido que una persona juegue y lea con el niño, le cante, le cuente una historia, tenga esa disponibilidad... son acciones fundamentales para el devenir psíquico del niño. Pero en ciertos contextos, no es tan sencillo porque la vida es difìcil, y la agenda está dedicada a la supervivencia. En este contexto, el encuentro con un agente externo puede ayudar a recuperar ese espacio. En la Argentina, hubo experiencias con mujeres con niños pequeños que vivían una vida muy dura, que estaban deprimidas y sin tiempo libre: se trabajaba con Cuentacuentos. Al escucharlos, las mujeres recordaban historias de su infancia que habían perdido totalmente. Comenzaron a hablar de esas canciones, a intercambiarlas y empezaron a recuperar cada una su infancia. Así que, con el tiempo, lograron relaciones más gratas y ricas con sus hijos. Este ejemplo muestra cómo una intervención exterior abre un espacio y hace posible que los padres revean su infancia y desarrollen un mejor vínculo. Esos momentos gratuitos, libres, poéticos, en los cuales la madre –a veces, el padre– canta o cuenta una breve historia son fundamentales. Cuando ese espacio no está, hay que tratar de abrirlo, y la experiencia de la lectura es una posibilidad.

¿Qué papel cumple la Biblioteca en la lectura «gratuita» o «desescolarizada»?

No se le puede pedir todo al maestro en el marco del aula. Hay que multiplicar los vínculos y diversificar los espacios de lectura. Son muy importantes las bibliotecas, porque permiten la continuidad de la experiencia de lectura, pero es necesario que atraigan y que estén modernizadas, con libros interesantes y con gente capacitada y acogedora, capaz de brindar hospitalidad a los lectores.

Y que dé lugar al misterio...

Un lector siempre está en busca de un secreto, a cualquier edad. Algo que se relaciona con los misterios más profundos de la vida: los niños pueden tener cuestiones metafísicas; o los adolescentes, cuestiones relacionadas con la sexualidad, el amor o la muerte. Siempre recuerdo a un hombre que constantemente leía, quien me dijo: «temo dejar pasar ese libro que sepa todo de mí». La paradoja de la Biblioteca es que dé lugar a las tecnologías de punta, a los saberes más avanzados y a dejar un espacio para la sombra, lo inédito, lo misterioso, el jardín secreto.

¿Cómo se relaciona esto con el concepto de desvío?

La Biblioteca es un espacio que permite el desvío. Cuando estudié estas experiencias, me incliné a hacer un elogio del rodeo y del desvío. En la actualidad, se impone encontrar el camino más rápido a una meta fija, pero la realidad psíquica no es así. Con frecuencia necesitamos hacer rodeos y desvíos, en especial cuando se trata de situaciones dolorosas o de crisis. Al trabajar en esos contextos, no se dan a leer textos cercanos a la experiencia crítica; hay que ofrecer algo que brinde un distanciamiento para poder pensar las cosas vividas de otra forma, en una relación metafórica. Así, estas experiencias dejan lugar a lo imprevisto, a lo inédito; no todo está programado.

¿Qué tiene que tener en cuenta un mediador de lectura?

Debe pensar su recorrido: pensar en la propia relación con los libros, en las dificultades, los miedos, las ambivalencias y en la relación profunda con el objeto. Si el adulto hace un discurso muy bien armado, pero su corazón no está allí, lo que el niño entiende no es ese discurso, sino la cuestión profunda. También, la lectura en voz alta: un texto que te leen no te impacta solo en el contenido, en las palabras, en las ideas; hay algo incluso más arcaico, y volvemos a la madre con el niño pequeño; el ritmo de la lectura es como los brazos que sostienen a ese niño, que lo acoge, que le dan una unidad. En crisis humanas, una de las mayores angustias es la de ser caos, fragmento: el perder la unidad de uno mismo. El ritmo de la lectura es algo que reúne un poco todos los fragmentos.

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