CIUDAD



FUENTE “LAS NEREIDAS”, A CIEN AÑOS DE SU INAUGURACION
Lola mora en su fuente


Por el profesor Pablo Mariano Solá*

Es la obra de arte más famosa de la artista tucumana Lola Mora, la primera escultora profesional de una Argentina que se escandalizó con su rebeldía y, a la vez, admiró su talento.
Quien hoy recorra la Costanera Sur se preguntará por qué fue inaugurada como balneario municipal. Sucesivas construcciones y rellenos de tierra –como la Ciudad Deportiva de Boca Juniors y la Reserva Ecológica– fueron desplazando al río hasta convertir el paseo en un insólito balneario... sin agua. Viejas fotos atesoran el recuerdo de bañistas refrescándose en las escalinatas o el espigón, hasta donde llegaban las olas de un Río de la Plata aún no contaminado. El Paseo de la Ribera –como se llamó en un principio– fue un digno exponente de la “belle époque”, con sus ramblas, pérgolas, teatro griego, confiterías, restaurantes, parque de diversiones, esculturas, farolas y un gran palomar. Conoció su esplendor en la década del 30, cuando era el paseo dominical obligado para muchas familias porteñas, epicentro de los festejos del carnaval, y sus escenarios servían de trampolín para la carrera de varios artistas. De aquel pasado de esplendor hoy sólo quedan vestigios: la vieja Cervecería Munich, la añosa arboleda, el Museo de Calcos y valiosas obras de arte que intentan disimular un cierto tufillo a gloria decadente.

Sin dudas, el monumento más característico de la Costanera Sur es la fuente Las Nereidas, popularmente conocida como “Fuente de Lola Mora”. Su autora, Dolores Mora de la Vega, había nacido en Trancas (Tucumán) en 1867, en el seno de una próspera familia de estancieros y profesionales. Desde muy niña mostró su habilidad para dibujar, y las primeras exposiciones de sus cuadros la enfrentaron con el rechazo de una sociedad prejuiciosa que no admitía que una mujer quisiera convertir el arte en su medio de vida. Rebelde y tesonera, a los 29 años obtendría una beca del Estado argentino para perfeccionar sus estudios de pintura en Italia. Fue en Roma donde descubrió su vocación por la escultura y nunca más volvería a pintar. Discípula de Julio Monteverde, muy pronto conoció el éxito, ganó concursos internacionales, trabajó por encargos de la nobleza peninsular y se habituó a los elogios en los diarios europeos. Pero en su amado país aún no la conocían como escultora.

En 1901 Lola ofreció a la ciudad de Buenos Aires una fuente artística, por la que no cobraría honorarios, para mostrar los frutos de un aprendizaje que su país había financiado. El intendente Adolfo Bullrich aceptó la oferta, y hasta prometió el emplazamiento de la obra en la Plaza de Mayo, tal vez convencido de que una mujer jamás sería capaz de esculpir semejante monumento, y que la fuente ofrecida nunca dejaría de ser sólo un boceto.

Lola Mora trabajó tenazmente en su casa-atelier de Roma durante un año, montada en caballetes o escaleras, cantando vidalas al ritmo de los golpes de cincel y restándole horas al sueño. Era famosa la distinción de sus vestidos de encaje y sus elegantes sombreros en las reuniones sociales; pero para trabajar vestía amplios pantalones, blusas de seda cruda, pañuelo bordado al cuello y una boina que apenas lograba retener su indomable cabellera negra, por la que su amigo poeta Gabriel D’Annunzio la bautizó como “la argentinita de los cabellos peinados por el viento”.

Embarcada en Génova, en el vapor “Toscana”, la fuente llegó a Buenos Aires en septiembre de 1902. Lola Mora se disponía a ensamblarla en la Plaza de Mayo cuando un huracán de escándalos abatió su entusiasmo. “¿Dónde se ha visto una mujer escultora, si sólo los varones tienen fuerza para golpear la piedra? ¿Habrá sido ella la verdadera autora de la obra? ¿Qué tiene que ver con la historia argentina una fuente inspirada en la mitología griega? ¿Qué pretende esta tucumana con semejante exposición de figuras tan humanas, tan sensuales, tan desnudas?”. Descartada la Plaza de Mayo por su vecindad con la Catedral, durante meses se debatió cuál sería el mejor emplazamiento para esta fuente “escandalosa e inmoral”. Se propuso llevarla a Mataderos, al Parque Patricios o a cualquier otra periferia de la ciudad, donde sólo fuera vista por compadritos y orilleros, lejos de los ojos pudorosos de los ciudadanos honorables.

Finalmente –por gestión del general Bartolomé Mitre– la obra fue inaugurada el 21 de mayo de 1903 en la intersección del Paseo de Julio (hoy Leandro N. Alem) entre Cangallo (Perón) y Piedad (Sarmiento), en un acto oficial opaco, pero con la concurrencia de un público numeroso y entusiasta, que no parecía escandalizarse tanto. En 1918, durante la intendencia del Dr. Joaquín Llambías, la fuente fue trasladada al recientemente inaugurado Balneario de la Costanera Sur, realzando la elegancia del romántico paseo. Fue la propia Lola Mora quien dirigió el traslado y reemplazamiento de su obra, haciéndose cargo personalmente de los costos (deuda que la Municipalidad saldaría 14 años después).

La fuente –realizada en mármol de Carrara– representa el nacimiento de la diosa Venus. Dentro de una gran valva marina, tres caballos alados briosos son sujetados por tres tritones. En el centro, sobre un basamento de piedra, las dos nereidas que dan nombre a la obra sostienen otra valva, de la que surge triunfal Venus, diosa latina del amor y la belleza. Su composición piramidal y simetría le dan equilibrio, sus múltiples líneas curvas le aportan sensualidad, y el movimiento espiralado del cuerpo de las sirenas obliga al espectador a rodear la obra para apreciarla en su conjunto, buscando un frente que no tiene.

Fue la primera obra de arte realizada por una mujer que se inauguró en Buenos Aires. La audacia de sus desnudos descubrió pacaterías, generó debates, provocó escándalos, pero también admiración. Su tema mitológico fue un toque diferente dentro de la estatuaria porteña de comienzos de siglo, tan afecta a los monumentos ecuestres y a las estatuas y bustos de próceres. Su destino –ligado al de toda la Costanera Sur– transcurrió por etapas de gloria, pero también de olvido y abandono. Con los años sufrió tantas roturas como restauraciones. Muchos proyectos intentaron mudarla a sitios de la ciudad de mayor lucimiento, pero su frágil estructura desaconseja nuevos traslados, que pondrían en peligro su integridad. Alguna vez se la protegió del vandalismo con rejas, y hoy luce presa en una curiosa cárcel de cristales. Es un paradigma de la libertad de la expresión artística, un ejemplo de la lucha de Lola Mora por imponer su vocación frente a los rígidos mandatos sociales de su tiempo, y un símbolo de la belleza femenina en medio de una ciudad machista que gira alrededor del obelisco. Y es el único monumento de Buenos Aires cuyo nombre original ha sido opacado por el de su autor, porque poco importa que oficialmente se llame Las Nereidas; todos la conocemos como la desfachatada, bella y sensual “Fuente de Lola Mora”.
*El profesor Pablo Mariano Solá es sobrino bisnieto y biógrafo de Lola Mora.

 

El primer destino de la Fuente de las Nereidas fue la Plaza de Mayo. Pero algunos ciudadanos no creyeron correcto un conjunto tan sensual a veinte metros de la Catedral. Así, se emplazó donde hoy se cruzan la avenida Leandro N. Alem y la calle Presidente Perón. Se inauguró el 21 de mayo de 1903 en una ceremonia llena de caballeros: la única dama del palco oficial era Lola Mora. Quince años permaneció la fuente allí, hasta que en 1918 se recomendó su traslado a un nuevo paseo: la Costanera Sur.
Esta obra sigue la tradición de los grandes maestros italiano.
Cuando se gira a su alrededor aparecen nuevos y diferentes puntos de vista: en el nivel inferior, masculino (yang), dominado por hombres y caballos; o en el superior, coronado por tres figuras femeninas (yin).
Tiene estructura cónica ascendente, remata en una forma espiralada y está dominada por el número tres: en la base hay tres grandes ostras que contienen los cuerpos de hombres y caballos, y tres figuras femeninas elevas sobre un promontorio rocoso coronan el conjunto. Viendo la musculatura de los varones y las curvas de las mujeres se entiende por qué algunos ciudadanos se incomodaron en esa época.
Los varones son tritones, servidores del cortejo de Poseidón. Lola Mora no los representó a la manera tradicional, hombres hasta la cintura y luego como peces. Están cortados justo debajo de los glúteos, tan firmes como los del David, de Miguel Angel.
Lo mismo sucede con las dos Nereidas, que aparecen en los vasos griegos como mujeres hasta la cintura y luego peces.
La autora optó por otra solución. Sólo a la mitad del muslo les crecen dos caudas de pez. El resultado: menos monstruosas y más voluptuosas. A Venus le está reservada la delicadez. Basta detenerse en el ademán de la mano izquierda, la forma en que cruza sus piernas y el equilibrio sobre el borde de la ostra. La mejor manera de gozar de esta fuente es rodearla una y otra vez, ver el contraste de la espalda del tritón y del pecho del caballo; observar cómo un tritón levanta el brazo izquierdo para sostener las bridas del caballo marino, mientras el segundo lo domina con el derecho y el otro usa ambos brazos. Elevando la vista se observa la doble espiral que conforman los cuerpos de las Nereidas y la torsión exagerada de sus espaldas.
Desde un ángulo, Venus parece contenida en la gran ostra; del otro, está a punto de caer, aunque con la elegancia de un meñique contraído.
Ficha de la obra:
Año: 1903
Técnica: Grupo escultórico realizado en mármol de Carrara, granito, piedra basáltica y piedra bituminosa.
Medidas: 23 mts. De alto x 11 mts. De circunferencia.
Ubicación: Av. Avenida Costanera Sur (Av. Tristán Achaval Rodríguez, entre Padre Mignone y Elvira R. De Dellepiane)
Lola Mora
(1866-1936)
Argentina.
Su verdadero nombre era Dolores Mora de la Vega.
Fue la primera escultora argentina y sudamericana. Estudio con Paolo Michetti y el escultor Monteverde. Obtuvo tres premios internacionales en Francia, Australia y Rusia. Trabajó fundamentalmente con mármol de Carrara y granito.